<<No pertenecen al mundo, como tampoco yo pertenezco al mundo. Conságralos con la verdad>>.
Jesús expresa de nuevo la ruptura de los discípulos correspondiente a la suya propia; introduce así la petición siguiente, que constituye el punto culminante de esta oración.
Al pedir al Padre que consagre a los discípulos con la verdad, ésta toma el lugar de la unción ritual. Los términos emparentados: <<santo, consagrado, consagración>>, son escasos en Jn. <<Santo>> se aplica en primer lugar al Espíritu (1,33; 14,26; 20,22) y, como se ha visto, significa al mismo tiempo santo y santificador, el que está separado y el que separa (14,26). Se aplica a Jesús, el consagrado por Dios (6,69; 10,36: a quien el Padre consagró y envió al mundo). Este hecho funda su título y actividad de Mesías (10,24), su función histórica de liberación y fundación del nuevo pueblo (11,50-52). Finalmente, se ha aplicado al Padre (17,11b), del que procede el Espíritu (15,26) y es fuente de toda consagración; él consagró a Jesús para su misión (10,36) y posee la plenitud que sólo él puede comunicar.
Jesús pide al Padre que consagre a los discípulos de manera semejante a la suya, es decir, para una misión.
La consagración de Jesús se ha hecho por el Espíritu que permanece sobre él como unción mesiánica (1,32 Lect.). Pero el Espíritu Santo es, al mismo tiempo, el Espíritu de la verdad (14,17; 15,26; 16,13); existe, pues, una relación entre consagración y verdad; Jesús la enuncia en este pasaje.
El Espíritu es la vida-amor del Padre, es principio de vida (3,6); al ser comunicado al hombre, lo hace nacer de nuevo, dándole el amor que responde al de Jesús (1,16). Produce una nueva experiencia de vida que, en cuanto percibida y formulada, es la verdad (8,31-32 Lect.). <<La verdad>> es, por tanto, la realidad de Dios en Jesús, su amor sin límite, conocido por experiencia y de alguna manera formulado. Ese amor, en cuanto recibido, es el Espíritu.
<<Consagrar con la verdad>> significa, por tanto, comunicar el Espíritu que hace descubrir la verdad sobre Dios y sobre el hombre (14,17; 14,16-17a Lect.).
El Padre, que es Espíritu (4,24), consagra comunicando (1,32) o haciendo participar de su Espíritu (3,6: Del Espíritu nace espíritu). La consagración se hace para una misión (10,36: A quien el Padre consagró y envió al mundo), que realiza el designio de Dios, su obra salvadora con la humanidad. Por eso Jesús es el Consagrado por excelencia (6,69: El Consagrado por Dios), el Mesías (1,17) Hijo de Dios (1,34). La consagración de los discípulos viene del Padre (17,17), de quien procede el Espíritu (15,26); pero, como toda la obra del Padre, se hace por medio de Jesús (1,33: Él va a bautizar con Espíritu Santo; 20,22: Recibid Espíritu Santo), pues el Espíritu brotará de él (7,38s) traspasado en la cruz (19,34: el agua). Por eso puede Jesús enviar a los discípulos con una misión como la suya (17,18; 20,21).
Jesús pide que su comunidad participe de lo que es propio suyo: ahora, de la unción mesiánica para la misión mesiánica. Como Hijo, ha hecho a los suyos capaces de hacerse hijos de Dios (1,12; 17,2); en cuanto lugar de la gloria, la ha comunicado a la comunidad, que continúa manifestando al mundo la presencia del Padre (17,10). Ahora, para la misión, pide al Padre que los consagre con su misma unción, el Espíritu. La comunidad mesiánica recibe la consagración del Mesías y perpetúa su obra en la historia (9,9b Lect.). El óleo de consagración es la verdad, es decir, la experiencia del Espíritu. La evidencia de la vida que experimentan y la respuesta a su dinamismo de amor serán las que mantengan su autenticidad en medio del mundo. La petición de 17,11c: guárdalos unidos a tu persona, desemboca ahora en la misión. Son los dos aspectos inseparables de Jesús mismo: <<el Hijo>> (17,1), su relación con el Padre (= 17,11c: guárdalos unidos a tu persona), y <<el Mesías>> (17,3), su misión en la humanidad (=17,17: conságralos con la verdad).
No hay comentarios:
Publicar un comentario