<<Igual que a mí me enviaste al mundo, también yo los he enviado a ellos al mundo>>.
La consagración de los discípulos, como la de Jesús, tiene por objetivo la misión (10,3l6; 17,3: a tu enviado, Jesús Mesías). Los discípulos no forman un grupo que se aísla, desentendiéndose de la realidad que los circunda e indiferente al dolor del hombre. Han de constituir la alternativa que ofrezca a todos libertad y vida. Desde la unión con el Padre y Jesús (14,23; 17,11c) y como miembros de la comunidad de amigos dispuestos a dar la vida (15,13), entran en la sociedad, llevando como testimonio la experiencia de vida y alegría (17,13) y la entrega al bien del hombre (9,4). La misión ha de producir fruto y fruto que dure (15,16). Es tan necesario, que el Padre corta el sarmiento que no lo produce (15,2). No existe vida cristiana sin la actividad de la misión. Tienen que sacar a los hombres del mundo, proclamando el mensaje del Padre (17,6), entrar en el <<atrio>> para echar fuera a las ovejas víctimas de la explotación (10,2s).
La misión de los discípulos tiene el mismo fundamento que la de Jesús: la consagración con el Espíritu, y las mismas consecuencias: la persecución por parte del mundo hostil (15,18-25; 16,1-4a). El amor del Padre, que ha brillado en Jesús, ha de brillar igualmente en los suyos (17,10).
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