<<Yo te ruego por ellos; no te ruego por el mundo, sino por los que me has entregado, porque son tuyos (como todo lo mío es tuyo, también lo tuyo es mío)>>.
En el discurso anterior había dicho Jesús a los suyos: Ese día pediréis en unión conmigo; y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, porque el Padre mismo os quiere (16,26 Lect.). En las necesidades concretas, la comunidad pide en unión con Jesús; no habrá una auténtica mediación, porque el contacto con el Padre y su amor son inmediatos en su persona.
El ruego que hace ahora Jesús por los suyos no se refiere a necesidades particulares, sino al futuro de su comunidad en medio del mundo. Esta oración, válida para siempre, precede la existencia de su comunidad y la funda.
Jesús no ruega por el mundo, que, como de ordinario en el discurso de la cena (15,18-25; 16,8-11.20.33; 17,6.14.16.25), significa el orden injusto. Respecto a él, sólo puede pedirse que se destruya y desaparezca. La injusticia institucional, que se llama <<el mundo>>, es enemiga del hombre y, por tanto, de Dios. Jesús subraya su incompatibilidad con el sistema de muerte, cuyo jefe se acerca para quitarle la vida (14,30).
Los discípulos son del Padre y de Jesús. Existe entre ambos una comunidad total, efecto de su identificación (19,30.38; 14,11.20; 16,15; cf. 1,13 Lect.). Los discípulos son objeto del amor inseparable de ambos, y les pertenecen. <<Ser del Padre>> no significa propiedad, sino pertenencia a la familia: son los que viven en el hogar del Padre (14,2-3), unidos por el vínculo del Espíritu.
Al no rogar por el mundo y, en cambio, hacerlo por sus discípulos, Jesús distingue a los suyos del sistema injusto. Ellos forman la comunidad de la vida, reunida en torno al Padre y a Jesús. Traza así la frontera entre la zona de la vida-luz y la de la tiniebla-muerte (1,4-5).
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