<<Yo he manifestado tu gloria en la tierra dando remate a la obra que me encargaste realizar>>.
Jesús da remate a la obra del Padre en primer lugar en sí mismo. La manifestación de su amor hasta el extremo acaba en él mismo la obra creadora e inaugura el mundo nuevo y definitivo (19,30).
Así, con su muerte-exaltación realiza el designio del Padre (4,34), dando vida definitiva a los que el Padre le entrega (6,39.40); a esto tendía su actividad, que continuaba el trabajo creador (5,17.26); la lleva a término infundiendo el Espíritu (19,30.34; 20,22).
La nueva condición del hombre, que lo sitúa frente al Padre en relación de hijo, semejante a la de Jesús (20,17), lo transforma, situándolo consecuentemente en una nueva relación con el mundo y con los demás hombres. Por ser hijo de Dios, participa de su libertad y de su dominio sobre el mundo; respecto al hombre, se sitúa en igualdad radical, fundada en la condición común de hijo de Dios, dada por el Espíritu; al mismo tiempo, en relación de solidaridad total, cuyo fundamento es el dinamismo del Espíritu, que impulsa a la entrega.
La actividad de Jesús ha manifestado ser él el prototipo de esa nueva condición (el Hombre): sus señales las ha realizado en los hombres, dándoles libertad (5,1ss), amor que comparte (6,1ss), plenitud humana (9,1ss), vida definitiva (cf. 11,44).
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