<<Vosotros estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida definitiva; son ellas las que dan testimonio en mi favor, y, sin embargo, no queréis acercaros a mí para tener vida>>.
Después de exponer el testimonio de sus obras, que tienen ante los ojos, les recuerda el testimonio que viene del pasado, pero que sigue señalando a su persona. Tampoco hacen caso de las Escrituras, porque su modo de leerlas es equivocado. Piensan que van a encontrar en ellas lo que no contienen, vida definitiva, la realización plena del hombre. Han absolutizado la Escritura como un todo completo y cerrado, en lugar de ver en ella una promesa y una esperanza. La estancia de Jesús en Judea había ya dado pie a una polémica contra la absolutización de los antiguos intermediarios de la alianza (3,22-36).
El verdadero papel de la Escritura era el mismo de Juan Bautista, dar testimonio preparatorio a la llegada del Mesías (1,6). Prometía la acción definitiva de Dios y anunciaba sus líneas maestras. Ellos no hacen caso de ese testimonio. En realidad, no pueden hacerlo, porque su clave de lectura es falsa, dado que no captan el rasgo fundamental de Dios: su interés y su amor por el hombre (cf. Éx 22,20-26). Por eso no ven la necesidad del cambio (2,9b-10 Lect.) y son hostiles a Jesús, que era el objeto de la esperanza. No van a él para obtener vida. De hecho, al no conocer a Dios como Padre, es decir, como dador de vida, ni siquiera saben lo que ésta significa.
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