<<pues ni siquiera el Padre da sentencia contra nadie, sino que la sentencia la ha delegado toda en el Hijo>>.
La primera actividad de Jesús era común con la del Padre. La segunda que describe es exclusiva de Jesús, por delegación del Padre.
Hay aquí una alusión a Dn 7,9-12, donde se describe la celebración de un juicio contra los poderes surgidos del océano. Es Dios mismo, el anciano, quien, sentado en su trono, lo ejerce. Sólo más tarde aparece en la visión la <<figura humana>> a quien se concede poder real y dominio sin fin sobre todos los pueblos (7,13s).
Jn, sin embargo, es mucho más audaz que Daniel. No es Dios quien ejerce el juicio y da la sentencia, sino Jesús, en quien el Padre ha delegado toda sentencia. Dará otro paso más: el personaje que en Daniel aparecía como <<una figura humana>>, claramente identificada más tarde con el pueblo de los santos (7,27), es para Jn <<un hombre>>, Jesús, a quien ha sido entregada ya toda potestad de pronunciar sentencia (5,27).
Hay aquí, por tanto, un uso del lenguaje de Daniel, pero traspuesto a una clave histórica, la de la persona de Jesús. Jn no espera un juicio más allá de la historia (5,28-29 Lect.); el juicio, como ya lo había expuesto en 3,18, se está celebrando ya, la sentencia se la da el hombre mismo. En esta perícopa no se propone la cuestión del juicio propiamente dicho, sino la de dónde se encuentra la voluntad de Dios, que distingue entre bien y mal. A la antigua Ley ha sucedido Jesús como única expresión de esa voluntad. El código a que hay que apelar es Jesús mismo. Lo que está de acuerdo con él y su actividad, está de acuerdo con Dios y queda considerado como bueno; lo que a él se oponga, está contra Dios y es condenado como malo. Jesús es la expresión plena y total de la voluntad de Dios, y su presencia discrimina entre bien y mal, entre buenos y malos. El Padre ha vaciado su voluntad en este mandamiento vivo que es Jesús, la expresión de su ser, el lugar de su gloria (1,14).
Pero esa voluntad de Dios en Jesús no se manifiesta, como la de la Ley, en un precepto negativo <<no está permitido>> (5,10), sino en una actividad vivificante (5,21.25). Este mandamiento vivo, que es Jesús, es el proyecto creador de Dios sobre el hombre, la plenitud de vida. Quien la acepta, está con Dios; quien la rechaza, está contra él.
Dios no da sentencia para nadie, es decir, él no dirime. Su voluntad está expresada total y exclusivamente por el Hijo, Jesús. No es criterio de estar a bien con Dios observar lo que prescribe la Ley, invocada por ellos para condenar a Jesús (5,16-18); sólo él define lo que Dios quiere o no quiere: estar a bien o a mal con Dios se mide por estarlo con Jesús.
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