domingo, 6 de marzo de 2022

Jn 5,21

 <<Así, igual que el Padre levanta a los muertos dándoles vida, también el Hijo da vida a los que quiere>>.

Jesús acaba de levantar a un inválido (5,8: Levántate), dándole salud y libertad; con él está dando vida a un pueblo muerto; se dibuja el horizonte de vida para la humanidad sojuzgada. Resuena el pasaje de Ez 37,1-14 (37,11: <<Esos huesos son toda la casa de Israel. Ahí los tienes diciendo: ´Nuestros huesos están calcinados, nuestra esperanza se ha desvanecido; estamos perdidos´. ... Yo voy a abrir vuestros sepulcros, os voy a sacar de vuestros sepulcros, pueblo mío>>).

La actividad de Dios respecto del hombre es darle vida, suprimir toda clase de muerte (1,4: la Palabra contenía vida); lo mismo la de Jesús. Él da vida comunicando el Espíritu (cf. 6,63: es el Espíritu quien da vida; 1,33) recibido del Padre (1,32), que completa el ser del hombre (3,6). Su actividad anticipa el fruto de su muerte (19,30).

La frase a los que quiere no expresa discriminación, pues en Jesús Dios ofrece la vida a todos (3,16), sino su absoluta libertad para obrar; el Padre se lo confía todo (3,35), y nadie puede impedir su actividad, como lo habían intentado los dirigentes.

El pueblo muerto, a quien Jesús da vida, estaba representado por los enfermos tirados en los pórticos de la piscina (5,3). Ha levantado a uno de ellos, que los representaba a todos, capacitándolo para obrar por sí mismo. Su acción consiste en restituir al hombre su integridad, expresada por la postura erguida (levantar), permitiéndole ser dueño de aquello que lo reducía a la impotencia.

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