Más aún, en vista de esto, los dirigentes judíos trataban de matarlo, ya que no sólo suprimía el descanso de precepto, sino también llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose él mismo igual a Dios.
Semejante negación de las bases teológicas de su poder produce en los dirigentes el deseo de matar a Jesús. No basta una represión, hay que eliminarlo. Respecto al sistema religioso-político que representan, Jesús es un sedicioso. En primer lugar, muestra con su actuación que el amor de Dios llega al hombre directamente, sin intermediarios, y que la fidelidad del hombre a Dios no consiste en la observancia de preceptos. Queda así negado a la Ley todo papel mediador. El amor de Dios, hecho realidad en Jesús, toma su puesto (1,17). Los representantes de la Ley, sus intérpretes y custodios, pierden su función.
Pero la declaración de Jesús, como ellos entienden muy bien, va aún más lejos. Al llamar a Dios Padre suyo propio, afirma que Dios está con él y, en consecuencia, en contra de ellos, que se le oponen. Declara con esto que la institución regida por ellos, que se arroga autoridad divina, es legítima. Dado que la actividad de Jesús es la de Dios mismo, la enseñanza de ellos, que la contradice, es contraria a Dios. Para colmo, ven que Jesús se coloca en la categoría divina (llamaba a Dios su propio Padre), se hace igual a Dios, y les resulta intolerable. En esto se descubre su ignorancia, pues tal es precisamente el proyecto creador (1,1c Lect.; 1,18: el único engendrado). Pero ellos tienen mentalidad de siervos, no de hijos (3,36b Lect.; 8,,34s). Al llamar a Dios <<mi Padre>>, Jesús se proclama su único representante. Es la ruina de su poder religioso.
Por eso conciben la idea de matarlo. Jesús ha dado salud y libertad. Entran en conflicto dos intereses: uno, por el bien del hombre; otro, por el prestigio de la institución. Los dirigentes no dudan por un momento. Si Jesús se pone de la parte del pueblo y con eso amenaza su poder, ha de ser eliminado. Los que así piensan son los que se proclaman representantes legítimos de Dios, los que se opusieron a Jesús en el templo, porque denunciaba su culto explotador (2,18). Invocan ahora la fidelidad al mandamiento de Dios (5,10). Al ver amenazada su hegemonía, conciben sin más la idea del homicidio. Bajo capa de religión, defienden sus propios intereses.
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