<<Gloria humana, no la acepto; pero de vosotros sé muy bien que entre vosotros no tenéis el amor de Dios>>.
Jesús no busca su prestigio. No les ha hablado así para pedir homenajes, sino para impedir que se pierdan (5,34). Es precisamente el rechazo de la gloria humana lo que lo pone de parte de los que no la tienen y lo hace capaz de una solidaridad y amor que llega hasta el don de su propia vida.
Establece un contraste entre él y sus adversarios. Jesús no necesita ni acepta el esplendor humano, porque él lleva en ´si el resplandor del Padre (1,14: la gloria que un hijo único recibe de su padre), la plenitud de amor leal, que brilla y se da a conocer en sus obras. Su honor y su gloria es la actividad de su amor por el hombre, que manifiesta al Padre. No necesita otros honores.
Ellos, en cambio, forman un círculo en que el amor de Dios no está presente y, por tanto, no puede resplandecer. Se refleja aquí la experiencia propia de la comunidad cristiana, donde, según el mandamiento de Jesús, reina el amor, que constituye su distintivo (13,34s). El círculo judío, que carece de ese amor, busca el honor humano. Esto los hace insolidarios con los oprimidos; no están dispuestos a dar la vida, sino a quitarla, como ya pretenden hacerlo con Jesús (5,18; cf. 5,3). Jesús hace presente a Dios precisamente porque en él brilla su amor, y, según el proyecto creador, comunica vida al hombre. Los dirigentes, en cambio, que se afirman representantes de Dios, carecen de esa credencial, la única válida, y tienen que crearse su aureola a base de honores mutuos, con los que dan prestigio y consistencia a su grupo.
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