plenitud de amor y lealtad.
La frase está tomada de Éx 34,6. Moisés, antes de recibir el segundo decálogo, hizo a Dios varias peticiones, que él le concedió (Éx 33,12-17). Sin embargo, al exponer la última: <<Enséñame tu gloria>> (Éx 33,18), le contestó Dios: <<Yo haré pasar ante ti toda mi riqueza (gloria) y pronunciaré ante ti el nombre "Señor" (Yahvé) ... pero mi rostro no lo puedes ver, porque nadie puede verlo y quedar con vida ... cuando pase mi gloria te meteré en una hendidura de la roca y te cubriré con mi palma hasta que haya pasado, y cuando retire la mano podrás ver mi espalda, pero mi rostro no lo verás>> (33,19-23). El Señor pasó ante él proclamando: <<El Señor, el Señor, el Dios compasivo y clemente, paciente, grande en misericordia y fidelidad (= lleno de amor y lealtad), etc.>> (34,6s). <<Ver la gloria>> equivale en el texto a <<ver el rostro>> de Dios, es decir, al conocimiento personal (cf. Jn 1,18), a la experiencia inmediata de Dios. La frase <<lleno de amor y lealtad>> define, por tanto, el ser de Dios en lo que constituye su riqueza y su gloria.
El término griego (kharis) escogido por Jn significa amor gratuito y generoso, que se traduce en don no amor absorbente, sino, todo lo contrario, expansivo. Fuera del prólogo no volverá a utilizar este término, que será sustituido por <<Espíritu>> (vida activa en el amor, 4,24), por <<amor>> (agapê) y los verbos <<amar>> (agapaô), <<querer>> (phileô). El amor, calificado por la lealtad o fidelidad, es el que no se desmiente nunca, no cesa, no se arredra ni cede ante la dificultad. La lealtad es la verdad del amor.
La frase: plenitud de amor y lealtad, enlaza con 1,14c: hemos contemplado su gloria. La intermedia: la gloria que un hijo único, etc., es un inciso que identifica la gloria manifestada en Jesús con la del Padre, sin limitación alguna. La riqueza de Dios resplandece en Jesús en su amor indefectible. Dios ama al hombre llevado de su generosidad, por un movimiento espontáneo (Padre), y su amor está todo en Jesús. Su resplandor es su evidencia.
Como la luz se identifica con la vida (1,4), así la gloria se identifica con el amor leal. Este paralelo se transforma en identidad: el Hijo único, que posee la plenitud de la gloria-amor, es al mismo tiempo realización del proyecto creador que contenía la vida-luz (1,4.9-10). Son dos aspectos de la misma realidad: luz corresponde a gloria, vida a amor. De hecho, la vida no es una cualidad estática, sino un dinamismo que se traduce necesariamente en actividad. Es el amor su actividad propia: vivir es amar y amar es comunicar vida. Por eso el amor gratuito y generoso que aquí se significa es el principio y la actividad de la vida, que se difunde dándose a otros (= el Espíritu).
La lealtad es la constancia del amor; significa lo firme, estable, cierto, veraz, auténtico, fiel. De ahí que Jesús, presente entre los suyos, sea la oferta constante de vida-amor; él hace posible el crecimiento que lleva a ser hijo de Dios (1,12: a esos que mantienen a adhesión a su persona).
La manifestación de la gloria es un tema que recorre todo el evangelio; es más, resulta su tema principal una vez que se capta su contenido: la manifestación de la gloria es la del amor que comunica vida. Por primera vez se mencionará en la escena de Caná (2,11), donde Jesús ofrece anticipadamente el Espíritu de vida, como muestra de lo que será realidad en <<su hora> (2,4), la de su muerte. La manifestación de la gloria coincidirá con el don del agua-Espíritu (7,39). La gloria-amor de Jesús, que es la de Dios, se manifestará haciendo salir a Lázaro del sepulcro (11,4.40.43), resurrección que anticipa la de <<el último día>>, que coincide también con la cruz (6,39 Lect.; cf. 7,37). Así, la gran manifestación de la gloria sucederá en la cruz, cuando Jesús muestre su amor hasta el extremo (13,1), dando su vida, para dar a los hombres la vida definitiva con el don del Espíritu (19,30.34). Será la cruz la visión de la gloria, y el costado de Jesús, que continuará simbólicamente abierto después de la resurrección (20,25-27), demostrará la lealtad de su amor, la comunicación incesante de la vida.
Al decir: hemos contemplado su gloria, expresión que se refiere a un hecho concreto, afirma la comunidad su experiencia de Jesús muerto en la cruz, de cuyo costado sale sangre, expresión de su amor hasta el final (13,1), y agua, símbolo del Espíritu (7,37-39), el amor-vida que comunica. Es la misma experiencia contenida en el testimonio solemne del evangelista, que subraya la escena con la declaración más enfática de todo el evangelio, indicando ser aquél el momento cumbre de todo el relato: el que lo ha visto personalmente deja testimonio -y este testimonio suyo es verdadero y él sabe que dice la verdad- para que también vosotros lleguéis a creer. Se cumple en la comunidad la profecía de Zacarías (12,10) citada por Jn: Mirarán al que traspasaron (19,37). Y esa experiencia que comenzó no cesa, el amor de Jesús sigue siendo el centro de la comunidad: Padre, quiero que también ellos, los que me has entregado, estén conmigo donde estoy yo, para que contemplen mi gloria (17,24). Jesús está presente en ella como el crucificado / traspasado (20,20.27); ella lo percibe como la señal alzada en medio del mundo (3,14-16; 8,28; 12,34), de la que brota continuamente la vida (7,37-39).
El hecho de que la comunidad cristiana pueda contemplar la gloria personal de Dios, presente en Jesús, marca la diferencia entre antigua y nueva alianza (1,14e Lect.). Ver la gloria no sólo no produce la muerte (Éx 33,20), sino que es condición para la vida. Quien no contempla la gloria no puede llegar a creer (2,11 Lect.).
Otra figura de esta contemplación de la gloria es la que Jesús promete a Natanael: Sí, os lo aseguro, veréis el cielo quedar abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar por este Hombre (1,51 Lect.).