<<En cambio, ve a decirles a mis hermanos: ´Subo a mi Padre, que es vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios´>>.
Jesús interrumpe el deseo de unión definitiva para enviar a María con un mensaje para los discípulos, a los que, por primera vez, llama sus hermanos. Como lo significó con el lavado de los pies (13,5), él constituye una comunidad de iguales. El amor entre él y los suyos es un amor fraterno siendo el Señor y el Maestro, no se pone por encima de ellos: sus amigos (15,15) son también sus hermanos.
Antes de la subida definitiva junto con la humanidad nueva, que coronará la obra realizada, hay otra subida de Jesús al Padre, que dará comienzo a la nueva historia. Jesús no los deja desamparados, volverá con ellos (14,18) para darles vida; así podrán contemplarlo vivo y experimentar la identificación de Jesús con el Padre y la de ellos con Jesús (14,18-20). Ésta es la subida que Jesús anuncia a los discípulos por medio de María.
La mención del Padre de Jesús como Padre de los discípulos alude a la promesa que les había hecho en la Cena: En el hogar de mi Padre hay vivienda para muchos; si no, os lo habría dicho. La prueba es que voy a prepararos sitio. Además, cuando vaya y os lo prepare, vendré de nuevo y os acogeré conmigo; así, donde estoy yo, también vosotros estaréis (14,2-3). Como les había anunciado, Jesús sube ahora al Padre para prepararles sitio, es decir, para obtener para ellos la condición de hijos. Por eso, esta subida está también en relación con el don del Espíritu: yo, a mi vez, le rogaré al Padre y os dará otro valedor que esté con vosotros siempre, el Espíritu de la verdad (14,16s). En la perícopa siguiente se describirá precisamente la vuelta de Jesús a su comunidad, donde le comunicará el Espíritu, reuniéndolos así consigo y haciéndolos estar donde está él. Comienza el período que irá realizando y preparando el estadio final.
El Padre de Jesús lo es ahora también de los discípulos, por eso los llama hermanos; van a vivir en el mismo hogar (14,2), es decir, el Padre, como Jesús, va a vivir con cada uno de ellos (14,23). Por haber un mismo Espíritu, común a Jesús y a los suyos (7,37-39; 20,22; cf. 1,16), hay un mismo Padre.
Por la experiencia del Espíritu, los discípulos conocerán a Dios como Padre (17,3 Lect.). Esa es su primera experiencia verdadera de Dios. No es que llamen Padre al que conocen como Dios, sino al contrario: llaman Dios al que experimentan como Padre. No reconocen a otro Dios más que al que ha manifestado en la cruz de Jesús su amor gratuito y generoso por el hombre, comunicándole su propia vida. Ese es el Dios de quien Jesús, único Dios engendrado, ha sido la explicación (1,18) al manifestar su gloria en la cruz (17,1). No hay más Dios verdadero que el dador de vida (17,3).
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