miércoles, 16 de agosto de 2023

Jn 20,22

 Y dicho esto sopló y les dijo: <<Recibid Espíritu Santo>>.

La acción de Jesús está en conexión con sus palabras anteriores (dicho esto); al dar el Espíritu capacita para la misión y la confiere.

El verbo usado por Jn: sopló, exhaló su aliento, es el mismo que se encuentra en Gn 2,7 para indicar la animación del hombre al infundirle Dios un aliento de vida; con aquel soplo se convirtió el hombre en ser viviente.

Jesús infunde ahora a sus discípulos su aliento de vida, que es el Espíritu. Es aquel que había entregado en la cruz una vez terminada la creación del hombre (19,30: dijo <<Queda terminado>>. Y ... entregó el Espíritu). El proyecto creador contenía vida (1,4); el Espíritu es el principio vital que realiza este proyecto; la creación del hombre no está terminada hasta que Jesús no se lo infunde, como lo muestra la frase de Jn (sopló). La calidad de vida propia del hombre según el designio de Dios es la vida definitiva que supera la muerte física (8,51) y que se identifica con la resurrección que Jesús había de conceder el último día a los que le dieran su adhesión (6,39.40); <<el último día>>, inaugurado en la cruz (19,30a Lect.), es el tiempo mesiánico que se prolonga a partir de <<este primer día>>.

El Espíritu que Jesús comunica crea en los suyos la nueva condición humana, la de ser <<espíritu>> (3,6: del Espíritu nace espíritu; 7,39: aún no había espíritu, porque la gloria de Jesús aún no se había manifestado). Esta condición la crea el <<amor y lealtad>> que el hombre recibe de Jesús Mesías (1,17: el amor y la lealtad han existido por medio de Jesús Mesías). Aquí culmina la obra creadora; esto significa <<nacer de Dios>> (1,13), estar capacitado para <<hacerse hijo de Dios>> (1,12).

Así supera el hombre su condición de <<carne>> (3,6), es decir, la de lo débil y transitorio, pues esa <<carne>> queda asumida y transformada por el Espíritu, la fuerza divina que capacita al hombre para darse generosamente a los demás, como Jesús (13,34: igual que yo os he amado, también vosotros amaos unos a otros).

El Espíritu bajó sobre Jesús desde el cielo, es decir, fue la comunicación directa del Padre que lo constituyó <<el Proyecto hecho Hombre>> (1,14), <<el Hijo de Dios>> (1,34). Los discípulos reciben el Espíritu de Jesús, según lo anunció Juan Bautista: ése es el que va a bautizar con Espíritu Santo (1,33). En la escena del Calvario, el testigo, para figurar el Espíritu, usó la imagen del agua que fluía del costado de Jesús (19,34); por ella el hombre nace <<de arriba>>, del Hombre levantado en alto (3,3.7); aquí describe la misma realidad de otro modo: el Espíritu que les infunde Jesús produce en ellos una vida nueva. Del Espíritu que bajaba del cielo nació el Hombre-Dios, el único engendrado; ahora nace la nueva comunidad humana, la de los hijos de Dios, primicia de su reino (3,5).

Vuelven a unirse los dos temas entrelazados a lo largo del evangelio: el de la creación y el de la nueva Pascua-alianza. Terminar la creación del hombre, dándole el Espíritu, y con él la capacidad de amar hasta el extremo, es lo que lo libera del pecado del mundo, sacándolo de la esfera de la opresión. La experiencia de vida que da el Espíritu es la verdad que lo hace libre (8,31-32 Lect.), sacándolo de la esclavitud.

El éxodo del Mesías no se hace saliendo físicamente del <<mundo>> injusto (17,15), sino saliendo de él hacia Jesús; los discípulos dejan de pertenecer <<al mundo>>, es decir, rompen con el sistema de injusticia entrando en el espacio de Jesús. La comunidad alrededor de él, unida a él por la sintonía de su Espíritu, es la nueva tierra prometida, situada en medio del Egipto opresor. No vive, sin embargo, en situación estática, recorre su camino hacia el Padre (14,4-6), secundando en la misión el dinamismo del Espíritu-amor. Jesús, en medio de los suyos (cf. Nm 11,20: El Señor que camina en medio de vosotros; 14,14: tú, Señor, estás en medio de este pueblo), los acompaña como la presencia de la gloria de Dios en el santuario de su cuerpo (1,14; 2,21). La gloria-amor de Dios es el Espíritu que ahora les comunica (17,22), los ríos de agua viva que habían de brotar de Jesús, nuevo templo (7,37-39).

Viendo las señales de su cuerpo, pueden dar fe los discípulos al texto de la Escritura: La pasión por tu casa me consumirá (2,17); al recibir la efusión del Espíritu, reconocen en Jesús el nuevo santuario de Dios (2,19.21s).

El Espíritu es, al mismo tiempo, el vino del amor que inaugura la nueva alianza; él da a los discípulos la experiencia de Dios como Padre, llevándolos al conocimiento que es la vida definitiva (17,2-3). Por asimilar a Jesús, es la Ley de la nueva alianza (7,37b-38 Lect.).

Toda esta temática se encuentra en el contexto de la misión. Para ella había pedido Jesús al Padre que consagrase a los discípulos con la verdad, que es su mensaje (17,17s). Es el Espíritu Santo (= el que consagra, 14,25-26 Lect.) el Espíritu de la verdad, el mensaje del amor, la unción con que el Padre los consagra. Por ser la misma misión de Jesús, necesitan el Espíritu que los identifique con él. La de Jesús nacía de su consagración con el Espíritu (10,36; cf. 1,32s), así la de los discípulos: movidos por su dinamismo se entregarán como Jesús a la obra de Dios en favor del hombre (9,4).

El Espíritu es la savia de la vid, que los identifica con Jesús, les enseña recordándoles su mensaje (14,26) y los mantiene en su amor (15,4.9). Se constituye así la comunidad mesiánica (15,1 Lect.), por el amor recibido de su plenitud y que responde al suyo (1,16). La vida que les comunica debe producir fruto (15,5.8.16). En el contexto de la misión, el Espíritu es el valedor que Jesús envía a los suyos (16,7). Él les dará seguridad frente al mundo, haciéndoles conocer que Jesús está con el Padre y que <<el jefe del mundo este>> ha recibido su sentencia (16,10s).

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