viernes, 4 de agosto de 2023

Jn 19,40

 <<Cogieron entonces el cuerpo de Jesús y lo ataron con lienzos junto con los aromas, como tienen costumbre los judíos de dar sepultura>>.

José, el discípulo, se asocia a Nicodemo, fariseo y jefe judío, para sepultar a Jesús. Han ido a buscar su cuerpo. Han ido a buscar su cuerpo; ven en Jesús un mero hombre (19,31: los cuerpos) y, ahora, muerto. El discípulo que no se atreve a afrontar las consecuencias de su adhesión a Jesús (cf. 12,25: el que desprecia su vida en medio del orden este) está al mismo nivel que el jefe judío. Ocupándose del cadáver, según la creencia judía, se contaminarán y no podrán celebrar la Pascua en su fecha (cf. Nm 9,1-11).

Las exequias que hacen a Jesús tienen un doble sentido. Mientras ellos piensan rendir el último homenaje a un muerto y, con los perfumes que utilizan, pretenden inútilmente vencer la realidad de muerte, de hecho están preparando el cuerpo del esposo para la boda; los aromas tienen, como se ha visto, un marcado carácter nupcial.

Quieren perpetuar la memoria de Jesús, como homenaje al injustamente condenado, pero lo consideran muerto para siempre. Así lo muestra el verbo lo ataron, extraño para ser aplicado a los lienzos, pero que sugiere la privación de libertad. Atan a Jesús, como habían hecho los que fueron a detenerlo (18,12); lo privan de toda posibilidad de movimiento, pensando que está sujeto para siempre a la muerte. Hacen con él como otros habían hecho con Lázaro, que apareció atado de pies y manos. Jesús dio la orden de desatarlo, porque la muerte no tiene poder sobre el discípulo (11,44). José y Nicodemo sepultan a Jesús pensando que está prisionero de ella. Esto es lo que subraya el evangelista cuando añade: como tienen costumbre los judíos de dar sepultura. No se refiere a los aromas, pues no era costumbre judía enterrar el cadáver con ellos; a lo más, lavándolo y ungiéndolo con aceite; el uso de aromas era muy raro o inexistente. La frase de Jn: como tienen costumbre los judíos, equivale a lo señalado en la sepultura de Lázaro: [el sepulcro] era una cueva, alusión, como se vio, al sepulcro de los patriarcas, símbolo de la muerte sin esperanza (11,38b Lect.). Para ellos, la muerte es una derrota; la vida de Jesús ha terminado.

El perfume de Betania era un homenaje a Jesús vivo; los aromas de Nicodemo, a Jesús muerto. Aquél se ofrecía al dador de la vida: expresaba la fe de la comunidad en la vida que vence a la muerte; se hacía resaltar su calidad, perfume de gran precio, auténtico, fiel (12,3). Aquí, en cambio, resalta la cantidad, el vano esfuerzo por perpetuar la memoria de un muerto. Se ofreció allí después de desatar a Lázaro y comprobar la potencia de vida de Jesús. Aquí se le ponen los aromas para atarlo. La acción y el modo muestran la intención de los personajes.

En vez de las cien libras de mirra y áloe que lleva Nicodemo, José, figura de los discípulos, debería haber llevado un poco de aquel perfume de nardo que Jesús recomendó conservar para el día de su sepultura (12,7). Llevar este perfume, que representaba la acción de gracias a Jesús como dador de vida, habría mostrado su fe en Jesús vivo aun en la muerte, como lo estaba Lázaro. El discípulo no lo lleva. Acepta, en cambio, enterrar a Jesús con los aromas de Nicodemo, que expresaban la definitividad de la muerte. La situación es paralela con lo sucedido en Betania. Allí, María, figura de la comunidad, tiene el mismo concepto de la muerte que el fariseo y jefe judío. Jesús ha dejado de existir.

Comparando, sin embargo, la sepultura de Lázaro con la de Jesús, se ve que mientras aquél fue atado con vendas, Jesús lo es con lienzos. El término griego (othonion) que, como calidad de tejido, significa tela de lino, se usaba para designar las sábanas de la cama.

La unión de los perfumes nupciales y de las sábanas muestra que José y Nicodemo, sin pretenderlo, están colocando al esposo en su lecho nupcial. La doble realidad de la preparación, conscientemente para la sepultura e inconscientemente para la boda, muestra que la potencia de vida que posee Jesús no depende de la voluntad de los hombres; él vive aunque se le considere muerto.

Como en las escenas anteriores, se presenta aquí una ambivalencia: la cruz es al mismo tiempo suplicio y exaltación; los lienzos son al mismo tiempo funerarios y nupciales.

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