<<A quienes dejéis libres de los pecados, quedarán libres de ellos; a quienes se los imputéis, les quedarán imputados>>.
Este dicho de Jesús, dirigido a la comunidad como tal, señala el resultado positivo y negativo de la misión, paralelo con el de la suya.
Ante todo, para comprender su contenido, hay que tener presente el concepto de pecado en Jn. <<El pecado>> (1,29; 8,21.34) consiste, como se ha visto (8,23 Lect.), en integrarse voluntariamente en el orden injusto. <<Los pecados>> son las injusticias concretas a que conduce la adhesión a éste y a sus principios.
El individuo que acepta un sistema injusto puede hacerlo voluntariamente o por no conocer otra posibilidad. Cada uno de estos casas está representado por uno de los inválidos/sometidos que han aparecido en el evangelio: el paralítico (5,3ss) y el ciego de nacimiento (9,1ss). El primero, que no había estado siempre inválido (5,5: treinta y ocho años enfermo), había sido capaz de decisión y pecado por su adhesión voluntaria a la institución opresora (5,13 Lect.); Jesús lo liberó dándole la fuerza que le permitiera salir de ella. El ciego, en cambio, no tenía pecado, por serlo de nacimiento y no haber tenido nunca posibilidad de opción; Jesús se la da mostrándole lo que significa ser hombre (9,6).
Por el contrario, existe el caso de los fariseos (9,40: cf. 10,19: <<los Judíos>>), quienes, ante la actividad de Jesús en favor del hombre, la condenan. Son los enemigos del hombre. A ellos les declara Jesús que su pecado permanece (9,41).
Aparecen así los modelos de actuación que Jesús transmite a su comunidad:
a) Con los oprimidos que nunca han conocido la dignidad humana (ciego de nacimiento), la comunidad ha de mostrarles el proyecto divino sobre el hombre, y que Jesús es capaz de realizarlo.
b) Con los oprimidos que han perdido la libertad por su adhesión voluntaria al sistema injusto (paralítico), la comunidad les ofrece la posibilidad de salir de él, rompiendo así con su conducta anterior (sus pecados).
c) Con los que se niegan a ponerse de parte del hombre y se obstinan en su conducta opresora (fariseos), la comunidad denuncia su modo de obrar perverso (cf. 7,7) (sus pecados).
Los discípulos continúan la obra de Jesús, pues él les confiere su misma opinión (20,21). Por el Espíritu que reciben de él, son sus testigos ante el mundo (15,26s). Su actividad, como la de Jesús, es la manifestación con la obra del amor gratuito y generoso del Padre (9,4). Ante este testimonio, sucederá lo mismo que sucedió con Jesús: habrá quienes lo acepten y den su adhesión a Jesús y quienes se endurezcan en su actitud hostil al hombre, rechacen el amor y se vuelvan contra él, llegando incluso a perseguir y dar muerte a los discípulos en nombre de Dios (15,18-21; 16,1-4). No es misión de la comunidad, como no lo era de Jesús, juzgar a los hombres (3,17; 12,47). Su juicio, como el de Jesús, no hace más que constatar y confirmar el que el hombre da sobre sí mismo. Repetidas veces ha enunciado Jn este principio: Sí, os aseguro que quien escucha mi mensaje y así da fe al que me mandó, posee vida definitiva y no está sujeto a juicio: ya ha pasado de la muerte a la vida (5,24); el que le presta adhesión no está sujeto a sentencia; el que se niega a prestársela ya tiene la sentencia, por su negativa a prestarle adhesión en calidad de Hijo único de Dios (3,18).
Misión de la comunidad es hacer brillar en el mundo la gloria-amor del Padre (17,22) y así hacer presente a Jesús. Ante él, que es la luz, los hombres han de pronunciarse positiva o negativamente. Dado el testimonio del grupo cristiano, toca al hombre dar el paso, rompiendo con la injusticia del mundo en que ha vivido (la tiniebla). El rechazo de la luz es la sentencia: Ahora bien, ésta es la sentencia, que la luz ha venido al mundo y los hombres han preferido la tiniebla a la luz, porque su modo de obrar era perverso. Todo el que obra con bajeza, odia la luz y no se acerca a la luz, para que no se le eche en cara su modo de obrar (3,19-20).
Jesús crea su comunidad como la alternativa de salvación. Los discípulos conocen que un hombre ha roto con el pecado y desea pasar a la luz cuando se acerca, reconoce a Jesús y se propone vivir según su mensaje. A éste, al ser admitido en el grupo cristiano, rompiendo así efectivamente con el orden injusto, declara que su pasado ya no cuenta, que sus pecados ya no pesan sobre él. En cambio, ante los que rechazan el testimonio persistiendo en su injusticia, se les imputan sus pecados, que prueban con el hecho de no dar adhesión a Jesús ni a su mensaje (16,9). No se trata de una imputación pública o judicial, sino de la evidencia misma de su actividad perversa en contraste con la actividad en favor del hombre que ejerce el grupo cristiano. Esto es lo que mantiene objetivamente la imputación del pecado. La comunidad puede expresarla gracias al testimonio del Espíritu, que le confirma que <<el jefe del orden éste ha salido condenado>> (16,11).
Aparece aquí una mediación de la comunidad respecto a los que desean acercarse a Jesús. Como él, no echa fuera a ninguno que se acerca (6,37). La asimilación a Jesús que produce el Espíritu permite a la comunidad discernir la autenticidad de los que manifiestan su adhesión a él (17,20). Al interiorizar a Jesús en los discípulos, interpretándoles su persona y mensaje (14,26), el Espíritu hace que sea Jesús su criterio para discernir las actitudes y hechos que encuentran. No se trata de una <<potestad>>, sino de una capacidad que se mide por su sintonía con Jesús por el Espíritu.
La actitud que el hombre toma ante Jesús y que la comunidad discierne, queda refrendada por Dios (quedan libres, les quedan imputados; cf. 5,26-27 Lect.). Las dos fórmulas tienen correspondencias en varios pasajes del evangelio. En primer lugar, la libertad definitiva de los pecados la da el Espíritu, que es la purificación (19,34 Lect.) y consagra al hombre dándole la fidelidad en el amor (17,16-17a Lect..). La permanencia del don de Dios es comparable a la expresada por Juan Bautista a propósito de Jesús: He contemplado al Espíritu que bajaba como paloma desde el cielo; y se quedó sobre él (1,32). La permanencia del Espíritu en el hombre es la que crea su estado de libertad. Se expresa en el evangelio de otras muchas maneras: tener vida definitiva (3,36) haber pasado de la muerte a la vida (5,24); estar donde está Jesús (14,3; 17,24); estar unido a la vid (15,4); permanecer en su amor (15,9). Es la condición que existe a partir del nuevo nacimiento (3,3.5).
La segunda fórmula: les quedarán imputados, está en relación con lo afirmado en otro pasaje: quien no hace caso al Hijo no sabrá lo que es vida: no, la reprobación de Dios queda sobre él (3,36 Lect.). Esta reprobación, bajo la cual permanece el hombre por negarse a salir de la tiniebla, es la que da el carácter definitivo a la imputación de sus pecados.
Resumiendo lo expuesto, puede decirse:
Jn no concibe el pecado como una mancha, sino como una actitud del individuo: pecar es ser cómplice de la injusticia encarnada en el sistema opresor. Cuando el individuo cambia de actitud y se pone en favor del hombre, cesa el pecado (15,3: Vosotros estáis ya limpios, por el mensaje que os he comunicado; cf. Lect.).
Según la declaración de Juan Bautista, Jesús, el Cordero de Dios, quita el pecado del mundo (1,29), bautizando con Espíritu Santo (1,33 Lect.); es decir, comunicando al hombre la capacidad de amar hasta el extremo.
Crea Jesús así un espacio humano donde, en lugar de la injusticia, reina el amor mutuo; es la comunidad alternativa que permite a los hombres salir del sistema que los lleva a cometer la injusticia.
La comunidad prolonga el ofrecimiento de vida que hace el Padre a la humanidad en Jesús. Ante él, el hombre ha de hacer su opción. La opción positiva lo separa ya del sistema injusto, pero sólo la admisión en al alternativa del amor da realidad a la ruptura con su pasado (dejar libres de sus pecados). El Padre, a través de Jesús, confirma la decisión del hombre y de la comunidad comunicando el Espíritu.
La opción negativa pone en evidencia el pecado del hombre, su adhesión a la injusticia. La existencia de la comunidad es la imputación objetiva de su modo de obrar. La persistencia en la injusticia hace que el hombre permanezca bajo la reprobación de Dios.
Aspecto eucarístico de la perícopa
El relato de la aparición de Jesús a los discípulos tiene muchos puntos de contacto con la celebración de la eucaristía. En primer lugar, aparece la comunidad como algo distinto del mundo y Jesús en su centro; su presencia viviente lleva en ella, sin embargo, el recuerdo de su muerte; su costado, abierto en la cruz, es la expresión permanente de su amor. La experiencia comunitaria del amor de Jesús, expresado en su muerte, y de su victoria sobre ella, es precisamente la de la eucaristía. Ésta es también la fuente del Espíritu para la comunidad por su asimilación a la carne y sangre de Jesús e, inseparablemente, el compromiso para la misión, continuando la actividad de su amor entre los hombres.
Se presenta así también la eucaristía como éxodo, no por el alejamiento del mundo, donde se desarrolla la misión, sino por la identificación con Jesús, que hace que no se pertenezca al mundo. La comunidad que la celebra se encuentra así en la tierra prometida (6,21 Lect.). Ésta es al mismo tiempo punto de llegada y camino incesante hacia el Padre, secundando la obra del Espíritu que recibe con la entrega cada vez mayor al bien del hombre. Así esta tierra prometida se transformará en la definitiva, cuando suba con Jesús al Padre.
Otro dato eucarístico es la hora en que se sitúa la escena, ya anochecido, y el día primero de la semana, que las primeras comunidades adoptaron para celebrar la reunión cristiana.
SÍNTESIS
La comunidad cristiana se constituye alrededor de Jesús vivo y presente, crucificado y resucitado. Él está en su centro otorgándole confianza y seguridad al mostrarle los signos de su victoria sobre la muerte. Su presencia es activa; de él, que se ha entregado por los hombres, brota la fuerza de vida que anima a la comunidad en su misión. Ésta, como la de Jesús, es la actividad liberadora del hombre, hasta la entrega total.
La comunidad, alternativa que Jesús ofrece, da testimonio ante el mundo de la realidad del amor del Padre. La aceptación o rechazo de este amor es para ella criterio de discernimiento y hace resonar dentro del hombre mismo su propia liberación o su propia sentencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario