martes, 8 de agosto de 2023

Jn 20,17a

 Le dijo Jesús: <<Suéltame, que aún no he subido con el Padre para quedarme>>.

Hay un gesto implícito de María respecto a Jesús, que corresponde a Cant 3,4: <<Encontré al amor de mi alma; lo agarré y ya no lo soltaré, hasta meterlo en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me llevó en sus entrañas>>. La alegría del encuentro hace olvidar a María que su respuesta a Jesús ha de ser el amor a los demás.

A este gesto responde Jesús al decir a María: Suéltame, y añade la razón: que aún no he subido con el padre para quedarme. <<Con el Padre>> se opone a <<la casa de la madre>> del texto del Cantar, mostrando la importancia del esposo: es él quien da la identidad a los suyos. Él ha de llevarse a la esposa a su propio hogar, que es el del Padre, pero aún no ha llegado el momento.

La fiesta nupcial será el estadio último, cuando la esposa, después de recorrer su camino, el del amor total, llegue a su mismo tálamo, el que está preparado (20,6) en el jardín (19,41) donde no se conoce la muerte (20,7).

Jn está llamando a la realidad a las comunidades cristianas. Aün no se encuentran en el estadio final, sino en el de la misión (20,21), cuyo éxito está asegurado por el Espíritu que reciben. El evangelista invita a la actividad. Hay que continuar la misión de Jesús realizando las obras del que lo envió (9,4), mostrando hasta el final el amor de Dios por el hombre (17,22s).

La vida de la comunidad queda situada en la perspectiva del paso al Padre. Para llegar a la tierra de la vida hay que pasar por la muerte.

Este <<pasar por la muerte>> es, sin embargo, una expresión de sentido complejo. Así como la calidad de la vida presente es ya definitiva y supera la muerte, del mismo modo este <<más allá>> del sepulcro es también una realidad presente. La muerte del discípulo no es un acto único, sino la actitud de donación total que orienta su vida (12,24 Lect.). Así también, el jardín de la vida se va encontrando incesantemente en el don de sí a los demás. Es lo que Jesús había descrito afirmando: está en mi mano entregarle y está en mi mano recobrarla (10,17-18a Lect.). Dar la vida física o aceptar la muerte por amor al hombre será el acto final y definitivo de entrega; a él corresponderá el estadio final de la realidad que ya vive, la plenitud de la creación de Dios.

Esta tensión entre el <<ya>> y el <<todavía no>> dinamiza la vida cristiana. Así, María Magdalena encuentra a Jesús en el huerto-jardín y, sin embargo, él la manda a cumplir una misión. Ella posee a Jesús y, al mismo tiempo, aún no lo posee.

La subida definitiva con el Padre significará el fin de la actividad de Jesús en su comunidad, que está aún en el mundo (17,11) y, junto con ella, en la m isión (21,4ss). Todavía va a estar Jesús presente con los suyos y seguirá <<llegando>> a su comunidad (20,19.26; 21,13). Cuando deje de llegar (21,11: mientras sigo viniendo) será el momento de esta subida. En ella, por tanto, quedará incorporada toda la nueva humanidad, realizada a lo largo de la historia y representada aquí en su primicia por María Magdalena, la esposa de la nueva alianza. Será entonces cuando obtenga la unión definitiva.

Esta subida describe figuradamente el triunfo del Mesías, la entrada del reino de Dios en su estadio final, la creación plenamente realizada (3,13 Lect.). Es el final del itinerario del Mesías con su pueblo. De ahí que en esta frase no llame a Dios <<su Padre>>, sino <<el Padre>> de todos los que quieren hacerse hijos siguiéndolo a él.

Desde su condición de crucificado, es decir, desde su amor hasta el extremo (13,1), Jesús tirará de todos hacia sí (12,32), para hacerlos llegar a su nivel de Hombre (cf. 12,23.34) y constituir así la humanidad acabada que subirá con el Padre definitivamente.

Hay que tener en cuenta el sentido figurado de <<subir>>, en relación con el origen de Jesús (3,13: el que ha bajado del cielo) y su pertenencia (8,23: yo pertenezco a lo de arriba). Estas expresiones no tienen sentido local (3,13 Lect.), indican solamente la diferencia cualitativa entre la esfera de Dios, la del Espíritu, que existe dentro de la historia, pero que ha de llegar aún a su realización total, y la del mundo sometido al mal y a la injusticia (8,23: lo de aquí abajo).

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