<<Dicho esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús>>.
María acaba de expresar su desesperanza y su angustia ante el sepulcro vacío. Piensa ser aquél el lugar propio de Jesús. Sin embargo, mientras siga mirando hacia allá no podrá encontrarlo nunca, pues Jesús está vivo y ha dejado el sepulcro. Es inútil buscarlo entre los muertos ni querer encontrar su cadáver.
En cuanto se vuelve hacia atrás, ve a Jesús, que está de pie, como corresponde a una persona viva; de pie se opone a puesto, tendido (20,12), la postura del muerto. María, sin embargo, no lo reconoce; para ella, lo único cierto es el hecho de la muerte y no concibe que pueda cambiarse. Igual que Marta no veía en su hermano más que un cadáver (11,39-40), así ahora María con Jesús. No cree en la fuerza de la vida ni en la inmortalidad del amor.
Habría reconocido a un Jesús yacente, pero no lo reconoce vivo. Esta ceguera de María será reflejada más tarde en la de Tomás (20,25). Estos dos personajes muestran a la comunidad anclada en la concepción de la muerte como hecho definitivo. Se ve ahora claramente por qué Jn puso como culminación del día del Mesías el episodio de Lázaro. La creencia en la continuidad de la vida a través de la muerte es la piedra de toque de la fe en Jesús.
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