Jesús le contestó: <<Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú a él y te daría agua viva>>.
Jesús contesta de una manera indirecta, excitando la curiosidad de la mujer. Le habla de un don de Dios, de un agua viva que él es capaz de dar. Le ha pedido un favor, pero está dispuesto a corresponder con otro mayor que el suyo. Le propone superar la enemistad entablando una relación de buena voluntad mutua.
Desde el primer momento, Jesús se muestra independiente de la situación que existe entre Samaría y Judea; no reconoce las divisiones causadas por las ideologías, en particular por la religiosa. Ofrece algo que las supera, el don de Dios, que no distingue entre unos hombres y otros, porque su amor se dirige a la humanidad entera (3,16). El don de Dios es Jesús mismo (íbid.; dio a su Hijo único), que trae la salvación para todos (3,16-17). Siendo el manantial de la vida, es capaz de dar un agua viva, corriente, y la ofrece a la samaritana. Jesús está libre de todo prejuicio; para él existe sólo la relación interpersonal, manifestada en el dar y recibir.
Ella no conoce el don de Dios. Aparece el tema del conocimiento, frecuente en Oseas (4,1: no hay verdad ni lealtad ni conocimiento de Dios en el país; cf. 4,6; 6,6; 8,2).
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