Le dijo Jesús: <<Has dicho muy bien que marido no tienes, porque maridos has tenido cinco, y el que tienes ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad>>.
Con su respuesta: No tengo marido, la mujer había mostrado vergüenza de su situación irregular. Jesús, para no herirla, alaba su sinceridad, pero le revela toda la gravedad de su condición. Es clara la alusión al pasaje de 2 Re 17,24-41, citando antes. Pretendían dar culto al Dios de los judíos, pero en realidad habían roto con él (Os 8,1-3: <<Porque han roto mi alianza rebelándose contra mi ley. Me gritan: ´Te conocemos, Dios de Israel´. Pero Israel rechazó el bien>>). Dios, sin embargo, no ha roto con ellos (Os 2,16: <<Voy a seducirla llevándomela al desierto y hablándole al corazón... Allí me responderá como en su juventud, como cuando salió de Egipto>>; 11,8: <<¿Cómo podré dejarte, Efraín; entregarte a ti, Israel? Me da un vuelco el corazón, se me revuelven todas las entrañas>>; 14,5: <<Curaré su apostasía, los querré sin que lo merezcan>>). Por medio de Jesús, Dios les ofrece su don (4,10).
Es Jesús, el enviado por Dios, quien ha abierto el diálogo con Samaría. Él personifica la actitud de Dios que los busca (4,4: Tenía que pasar por Samaría). Dios desea el contacto con ellos y está dispuesto a llamarlos su pueblo (Os 2,25: <<Y diré a No-pueblo-mío: ´Eres mi pueblo´ y él responderá: ´Dios mío´>>). Con eso acabará la búsqueda de maridos-señores (Os 2,21: <<Me casaré contigo para siempre, me casaré contigo a precio de justicia y derecho, de afecto y de cariño>>).
La comparación entre Jacob y Jesús, hecha por la mujer (4,12) y que Jesús había ya insinuado con su ofrecimiento de agua, muestra la existencia de dos orígenes: Jacob fue el principio de un pueblo, Jesús va a ser principio de la nueva comunidad humana, superando la pertenencia étnica. El agua o tradición dada por Jacob no había apagado la sed, provocando en consecuencia una búsqueda incesante, traducida en la multiplicidad de maridos, sin llevarlos a encontrar definitivamente al Dios único. El agua que dé Jesús satisfará la sed, será el encuentro definitivo con el Dios verdadero. Lo mismo valdrá para los judíos; por eso la escena se remonta a Jacob, padre común del pueblo. Jesús borra los orígenes del pueblo y su tradición; habrá un nuevo origen, él mismo, un nuevo Padre, una nueva humanidad (Os 2,2: <<Se reunirán israelitas con judíos [Samaría y Judea] y se nombrarán un único caudillo y resurgirán de la tierra>>).
Hasta ahora, sin embargo, mientras Samaría reconoce su infidelidad y pide el agua del Mesías, las autoridades del templo de Jerusalén no han querido reconocerla (2,18). Mientras Samaría acoge a Jesús y le rogará que se quede (4,40), ha tenido que alejarse de Judea por la hostilidad de los fariseos (4,1-3).
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