Le dice la mujer: <<Señor, dame agua de ésa; así no tendré más sed ni vendré aquí a sacarla>>.
Con su promesa de vida, Jesús ha despertado el anhelo de la mujer. Ésta se declara dispuesta a abandonar para siempre el pozo de la Ley y de la tradición, que representa su historia, pero que no ha conseguido calmar sus deseos. Su reacción es opuesta a la de Nicodemo. Ella, rompiendo con su pasado, quiere nacer de nuevo. Tiene fe en que eso es posible y lo espera de Jesús. Éste empezó pidiendo agua y termina prometiéndola; también en la cruz primero manifestará su sed (19,28) y luego dará el agua que brota de su cuerpo (19,34). Se han roto las barreras; la mujer samaritana le pide a él, el judío. Al principio expuso Jesús su necesidad física, común a todo hombre, y se ofrece ahora para calmar la sed de la vida plena, el anhelo más profundo del hombre. Jesús no se detiene en lo cultural ni en lo religioso; va a la raíz, al hombre como criatura de Dios, Creador y Padre; al hombre a través de su relación elemental, corpórea y personal, la que establecen la sed y el amor.
El fariseo y jefe no pudo reconocer la insuficiencia de su Ley. La samaritana despreciada la reconoce, porque sabe el trabajo que demanda y la insatisfacción que deja. Está cansada de venir al pozo que no le calma la sed. Ve el valor de la vida y la desea, se deja iluminar por la luz que brilla en Jesús (1,4: la vida era la luz del hombre).
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