<<¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, del que bebió él, sus hijos y sus ganados?>>.
La mujer hace una pregunta que, aunque teñida de escepticismo, deja abierta una posibilidad. Aquel pozo tenía detrás todo el prestigio de Jacob, el antecesor glorioso, de quien los samaritanos se consideraban descendientes. Había sido un don de Jacob a sus hijos, es decir, a su pueblo. El pozo hacía presente su memoria y la ascendencia de los samaritanos; era un vínculo de unidad étnica y religiosa.
El pozo, como se ha visto, significaba la Ley, sintetizaba las figuras de los patriarcas y la de Moisés el legislador. La mujer conoce el don de Jacob (nos dio), pero desconoce el de Dios. Le ha resultado incomprensible que Jesús proponga otra agua viva, como si pudiera existir una diferentes de la Ley. Lo considera un rival de Jacob, que pretende igualarse o hacerse superior al patriarca. Al don de Dios (3,16) opone el don de Jacob. Este es el que ha dado el nombre al pueblo (= Israel); su pozo es la tradición común a todos, su gloria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario