Le contestó Jesús: <<Todo el que bebe agua de ésta volverá a tener sed; en cambio, el que haya bebido el agua que yo voy a darle, nunca más tendrá sed>>.
Con su respuesta muestra Jesús la insuficiencia del don hecho por Jacob, su pobreza. Ha dado un agua que nunca quita definitivamente la sed. Se trasluce el rechazo de la sabiduría basada en la Ley, tal como se expresa en Eclo 24,21-13: <<El que me come tendrá más hambre, el que me bebe tendrá más sed; el que me escucha no fracasará, el que me pone en práctica no pecará. Todo esto es el libro de la alianza del Altísimo, la Ley que nos dio Moisés como herencia para la comunidad de Jacob>> (6,35 Lect.).
Sin afirmar explícitamente su superioridad respecto a Jacob, Jesús la da a entender, exponiendo la excelencia de su don. Él ofrece a todos su agua, según el texto de Is 55,1: <<¡Oíd, sedientos todos!, acudid por agua, también los que no tenéis dinero>>. Pero, a diferencia de la otra, bastará beber una vez para que la sed se calme para siempre, porque el Espíritu quedará interiorizado en el hombre, como va a explicar a continuación. Este acto único de beber corresponde al nuevo nacimiento (3,3-5s), que da la nueva vida. El esfuerzo no se pondrá en adquirir una sabiduría interior ni una lenta perfección propia según la Ley, sino en la tarea del amor a los otros.
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