domingo, 17 de octubre de 2021

Jn 4,7-8

 Llegó una mujer de Samaría a sacar agua. Jesús le dijo: <<Dame de beber>>. (Sus discípulos se habían marchado al pueblo a comprar provisiones).

La mujer no tiene nombre propio ni se afirma que venga de Sicar; su único rasgo es su pertenencia a la región; la mujer samaritana es la representante de Samaría, que va a apagar su sed en el manantial de Jacob, es decir, en su antigua tradición. Jesús está solo, sus discípulos habían ido a buscar de comer. Es el encuentro del Mesías con Samaría, la prostituta, la que tiene hijos bastardos (Os 1,2: <<Dijo el Señor a Oseas: Anda, toma una mujer prostituta y ten hijos bastardos, porque el país está prostituido, alejado del Señor>>). Vuelve el tema del Mesías-Esposo de la perícopa anterior (3,29), que ahora va a buscar a la esposa infiel. Dios no la abandona, va a ganársela de nuevo (Os 2,15-16: <<Le tomaré cuentas de cuando ofrecía incienso a los baales y se endomingaba con aretes y gargantillas para ir con sus amantes, olvidándose de mí -oráculo del Señor-. Por tanto, mira, voy a seducirla llevándomela al desierto y hablándole al corazón>>). Las alusiones a Oseas serán frecuentes en este episodio; él fue el profeta de Samaría, en su tiempo reino de Israel, por oposición al de Judá.

El encuentro comienza con una petición de Jesús: Dame de beber. Por ser hombre, Jesús siente necesidad y es, así, solidario de la necesidad de todo hombre. Pide una muestra de solidaridad en el nivel humano más elemental, que une a los hombres por encima de las culturas y de las barreras políticas y religiosas. La solidaridad con Jesús lo es con el hombre. Es la muestra del amor; la necesidad es la ocasión de manifestarse en favor del hombre; responder a ella es la condición para recibir el don de Dios.

Dar agua, elemento escaso y, por tanto, precioso, era señal de acogida y hospitalidad (cf. Mt 10,42; Mc 9,41). Al pedirla, cansado del camino, Jesús, que llega de Judea (1,11: su casa; 4,44: su propia tierra), donde ha sido rechazado, pide ser acogido en Samaría; a cambio de la hospitalidad, él dará su propia agua. Volverá a tener sed en la cruz, pero allí los suyos, por última vez, le negarán la acogida, respondiendo al amor con el odio (19,28s).

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