miércoles, 20 de octubre de 2021

Jn 4,16-17a

 Él le dijo: <<Ve a llamar a tu marido y vuelve aquí>>. La mujer le contestó: <<No tengo marido>>.

El paso brusco de la temática anterior, la del agua/Espíritu, a la de los maridos resulta incomprensible en el plano meramente histórico. No es que Jesús quiera mostrar a la mujer su poder de adivinación para hacerle comprender que no era un hombre cualquiera. Tampoco trata de darle una lección de moralidad; el tema queda bruscamente cortado (4,18-19), sin que Jesús vuelva sobre él. Este trozo del diálogo cobra sentido sobre el trasfondo profético, en particular de Oseas.

En este profeta, la prostituta (Os 1,2) y la adúltera (3,1) son símbolo del reino de Israel, que tenía a Samaría por capital. Su prostitución y adulterio consistían en haber abandonado al verdadero Dios (2,4.7-9.15; 3,1). El origen de la idolatría de los samaritanos se narra en 2 Re 17,24-41, donde se mencionan cinco ermitas de dioses, y, además, el culto a Yahvé. A estas cifras harán alusión las palabras de Jesús.

Así cobra sentido el paso al tema matrimonial. Samaría insatisfecha, no encuentra solución en el pasado y ve un horizonte nuevo en el ofrecimiento de Jesús. Pero Jesús quiere que reconozca su situación para que rompa con ella; la ruptura no puede ser genérica (no volver más al pozo), tiene que responder a la situación concreta. Va a descubrirle cuál es su verdadera sed: Ve a llamar a tu marido y vuelve aquí. En el plano en que se mueve la narración, el marido (recuérdese la palabra Baal = marido/señor) tiene una connotación religiosa; representa la busca de seguridades opuestas al designio de Dios, toda alianza contraria a la suya, la pretensión engañosa de encontrar solución fuera de él. Samaría había traicionado a Dios, el esposo del pueblo, buscando otros apoyos (Os 2,7: <<Su madre se ha prostituido, se ha deshonrado la que los engendró. Se decía: Me voy con mis amantes, que me dan mi pan y mi agua, mi lana y mi lino, mi vino y mi aceite>>; 9,1: <<No te alegres, Israel, no te regocijes como los paganos, porque te has prostituido abandonando a tu Dios>>). El conato, sim embargo, fue infructuoso: Dios no dejó que encontrase paz (Os 2,8-9: <<Pues bien, voy a vallar su camino con zarzales y le voy a poner delante una barrera para que no encuentre sus senderos. Perseguirá a sus amantes y no los alcanzará, los buscará y no los encontrará, y dirá: Voy a volver con mi primer marido, porque entonces me iba mejor que ahora>>). Jesús le está preparando para lo que estaba anunciado (Os 2,18: <<Aquel día ... me llamarás esposo mío, ya no me llamarás Baal mío (ídolo mío). Le apartaré de la boca de los nombres de los baales y sus nombres no serán invocados>>).

Ante la petición de agua por parte de la mujer, Jesús la invita, pues, a tomar conciencia de que su culto está prostituido; esto explica que ella pase a continuación al tema de los templos.

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