Jesús tomó los panes, pronunció la acción de gracias y se puso a repartirlos a los que estaban recostados, y pescado igual, todo lo que querían.
Jesús va a poner remedio a la escasez con un signo que explicará cómo ha de producirse la abundancia mesiánica. Toma los panes de la comunidad: ésta ha de encontrar la solución por sí misma, sin crear dependencias de las estructuras explotadoras que, al controlar los medios de vida, la privan de la libertad.
Sin embargo, en la pobreza del grupo humano entra un elemento nuevo. Jesús pronuncia la acción de gracias, que introduce en la escena un nuevo personaje: Dios, el Padre. Sólo después de establecida la relación a Dios puede ser alimentada la multitud.
Dar gracias a Dios significa reconocer que algo que se posee es don recibido de él y, como tal, muestra de su amor (kharis = don, amor), y alabarlo por ello. En este caso se le dan gracias por la existencia de los panes, producto de su obra creadora, ayudada por el trabajo del hombre. Al reconocer su último origen en Dios, como don suyo, se desvinculan de su posesor humano, el niño-grupo de discípulos, para hacerse propiedad de todos, como la creación misma. La señal que da Jesús, o el prodigio que cumple, consiste precisamente en liberar la creación del acaparamiento egoísta que la esteriliza, para que se convierta en don de Dios para todos. Al reconocer el hombre el amor que se manifiesta en ella, se dispone a compartir para manifestar su propio amor. La maravilla de Dios es la naturaleza creada. La abundancia está dada con la creación misma; basta liberarla de los que se apropian para que torne a ser el don de Dios a la humanidad. El milagro es el amor, por parte de Dios y por parte de los hombres: dar todo sin reservarse nada. Así el hombre multiplica el acto creador.
La acción de gracias de Jesús crea la abundancia, pero no sustituyéndose al hombre, sino con su colaboración.
Según Andrés (6,9), no se podía repartir porque no bastaba lo que se poseía; cuando ya no se posee, por haberlo hecho de todos con la acción de gracias, se demuestra que había más que suficiente.
Jesús mismo distribuye el pan y el pescado. Al restituir a Dios con su acción de gracias los bienes de la comunidad, Jesús restaura su verdadero destino, que es la humanidad entera (se puso a repartirlos). Su actitud de servicio, distribuyendo el pan, prefigura su servicio total, el don de su vida, que explicará más tarde (6,51; 13,5 Lect.).
todo lo que querían. Vuelve a subrayarse la abundancia (todo), que es al mismo tiempo libertad (lo que querían). El maná estaba tasado (Éx 16,16: <<lo que pueda comer, dos libros por cabeza>>). Jesús no traza reglas. Él responde a la necesidad humana hasta la satisfacción total.
Con su acción, Jesús enseña a sus discípulos cuál es la misión de la comunidad: la de manifestar la generosidad del Padre, compartiendo los dones que de él se han recibido.
Se convierte este signo en una celebración de la generosidad de Dios (1,14: kharis) a través de su Hijo, que, en la comunidad, multiplica lo que ésta posee al ponerlo a disposición de los hombres. Aparece así el sentido profundo de la eucaristía, que, de expresión de amor entre los miembros de la comunidad, pasa a ser signo del amor de Dios al mundo, continuación del don de su propio Hijo (3,16).
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