domingo, 24 de abril de 2022

Jn 6,27

 <<Trabajad, no por el alimento que se acaba, sino por el alimento que dura dando vida definitiva, el que os va a dar este Hombre; pues a éste el Padre, Dios, lo ha marcado con su sello>>.

Jesús les da un aviso: hay que trabajar, hay que ganarse el alimento, pero no sólo el que se acaba, sino el que dura sin acabarse y da así vida definitiva. Hay que comprender que el pan contiene el amor, y éste es el alimento que realmente mantiene y desarrolla la vida del hombre, el que lo construye y lo realiza.

En la oposición establecida por Jn entre carne y espíritu, que constituyen al hombre completo, el Espíritu es el que acaba al hombre y lo lleva a su plenitud. Es un dinamismo nuevo que viene de lo alto y produce una nueva condición, que recibe también el nombre de <<espíritu>> (3,6 Lect.), y se identifica con la capacidad de amar, participando del dinamismo divino del amor (4,24).

El reproche de Jesús es que han limitado su horizonte: el alimento que se acaba da solamente una vida que perece; poner toda la esperanza en ese alimento es negar en el hombre la dimensión del Espíritu y reducirlo a la <<carne>>, aceptando la propia destrucción.

Los invita, pues, a superar esta dimensión que mutila el designio creador de Dios. El pan era señal que expresaba el amor y lo contenía. No hay amor sin don de sí mismo; no hay don de sí sin una real comunicación de bienes. Para que el don del pan adquiera su sentido, ha de ser expresión del amor; y éste no puede expresarse más que en el don del pan. Pero había que leer en la señal su contenido, y esto no lo ha hecho la multitud. Aquel pan repartido era la expresión de Jesús mismo. En él la carne contiene el Espíritu, con el que ha sido sellado (1,32s): la señal contenía el amor como la carne al Espíritu. Ellos ven el pan sin comprender el amor y, en Jesús, ven la carne, sin descubrir el Espíritu.

El sello de Dios en la humanidad de Jesús es el Espíritu que ha hecho de él <<el Hombre>>. Jesús, el modelo de Hombre, es capaz de dar el alimento que dura por ser el portador del Espíritu. A través de sus señales, Jesús expresa su ser; ellas hacen visible el Espíritu que en él da su acabamiento a <<la carne>> y a la obra que realiza (1,14.32). Sus señales son así manifestaciones del amor-Espíritu que lo llena: éste adquiere su visibilidad a través de ellas y ellas adquieren a su vez su plenitud por el Espíritu que contienen y comunican.

Jesús promete ese alimento para el futuro. De hecho, todas las obras de Jesús anticipan su obra definitiva, su don total de sí mismo en la cruz, manifestación suprema del amor que comunica la vida (19,34 Lect.).

El Espíritu que sella a Jesús es el de Dios como Padre, es decir, como dador de vida que culmina la obra creadora. Así él, lleno de este Espíritu, con este alimento la completa en el hombre.

Para comprender la señal no basta presenciarla pasivamente, hay que entrar en el significado que contiene. Pero el amor no puede ser reconocido si no existe la voluntad de amar. Ésta es la que Jesús designa como <<trabajar para ganarse el alimento>>. La sintonía del amor hace comprender la señal y lleva a la adhesión a Jesús.


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