domingo, 24 de abril de 2022

Jn 6,40

 <<Porque éste es el designio de mi Padre, que todo el que reconoce al Hijo y le presta adhesión tenga vida definitiva, y lo resucite yo el último día>>.

<<El que lo mandó>> del versículo anterior se identifica ahora con <<mi Padre>>, precisando la relación que existe entre Dios y Jesús. Su misión no es la de un subordinado ni se ejecuta por obediencia a una orden, sino que es expresión de una comunidad de ser y de un vínculo de amor. Expone de nuevo la condición propuesta antes (6,29: que prestéis adhesión al que él ha enviado) para comunicar vida.

A través de las señales que realiza hay que reconocer en Jesús al Hijo. Esta denominación, sin determinación alguna, comprende en sí las dos grandes denominaciones de Jesús: el Hijo del hombre (el Hombre) y el Hijo de Dios (Dios); el hombre acabado, cumbre de la humanidad, que es al mismo tiempo el Hijo de Dios, la presencia de Dios en el mundo. Ver en el hombre Jesús al Hijo de Dios significa reconocer la capacidad del hombre de ser hijo de Dios (1,12), realizando en sí mismo el proyecto creador. El hombre acepta entonces toda la posibilidad que Dios ha puesto en él, el verdadero horizonte de su ser. Al reconocimiento sigue la adhesión personal a Jesús, que comunica la vida plena y definitiva, cuya culminación es la resurrección misma. El contenido de la adhesión a Jesús será explicado en la sección siguiente.

SÍNTESIS

La perícopa, primera parte de la explicación del episodio de los panes, presenta la falta de penetración por parte de la multitud de las señales realizadas por Jesús. Éstas son el lenguaje de Dios al hombre, compuestas, como éste, de <<carne>> y <<espíritu>>. Son el medio de comunicación personal entre un sujeto divino y otro humano. Considerarlas como un mero hecho objetivo, sin descubrir el significado, es decir, al sujeto que se comunica en ellas, equivale a percibir un ruido de palabras, el ruido del viento, en lugar de la voz del Espíritu (3,8).

Se plantea aquí la cuestión de cómo conocer a Dios. Tal conocimiento no es posible si se le objetiva, considerándolo objeto de especulación. No puede preguntarse si Dios <<existe>>, como un objeto cualquiera, sino si Dios <<está presente>>, como persona. Para conocerlo hay que descubrir su presencia. No siendo Dios un ser material, éste no puede percibirse más que en la relación interpersonal, a través de una interpelación comprendida y aceptada.

La interpelación de Dios es Jesús mismo, la Palabra hecha <<carne>> (1,14). Es la Palabra cuyo significado es el Espíritu, que en ella se comunica. Se dirige no sólo a la inteligencia, sino al hombre entero, como sujeto personal. Aceptada, produce la presencia de Dios (el Espíritu) en el hombre.

Las señales de Jesús explican lo que él miso es, son palabras que explica la Palabra. El pan que da es una palabra que, significando el amor, lo comunica; es, por tanto, un gesto de comunión. Recibir el pan sin aceptar su significado es cerrarse a la comunicación divina.

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