domingo, 24 de abril de 2022

Jn 6,35

 Les contestó Jesús: <<Yo soy el pan de la vida. Quien se acerca a mí nunca pasará hambre y quien me presta adhesión nunca pasará sed>>.

Jesús se había presentado como dador de pan, ahora se identifica con el pan, él mismo se da como pan. Comerlo significa, por tanto, dar adhesión, asimilarse a Jesús (6,29); es la misma actividad formulada antes en término de trabajo (6,27.29). Así se obtiene la calidad de vida que lleva al hombre a su plenitud. El pan que dura es el amor, concretado ahora en Jesús mismo como don de amor. La unión a él comunica la vida de Dios al mundo. Él es el pan que Dios ofrece a los hombres.

Según se ha visto ya en el episodio de la Samaritana (4,13a-14 Lect.), la frase se opone frontalmente a la de la Sabiduría en el AT: El que me come tendrá más hambre, el que me bebe tendrá más sed (Eclo 24,21); el contraste quiere hacer ver que la fidelidad a la Ley dejaba una continua insatisfacción, como el agua del pozo de Jacob. No colma las exigencias humanas, porque no responde enteramente a ellas. En cambio, en lo que promete Jesús encuentra el hombre satisfacción plena. No centra al hombre en la búsqueda de la propia perfección, sino en el don de sí mismo. Mientras la perfección es abstracta y tiene una meta tan ilusoria y tan lejana como la que señala la propia ambición, el don de sí mismo es concreto y puede ser total, como el de Jesús. Con la primera, el hombre va edificando su propio pedestal; con el segundo, se pone al servicio de los demás y crea la igualdad en el amor (13,5 Lect.).

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