viernes, 15 de abril de 2022

Jn 6,10a

 Jesús les dijo: <<Haced que esos hombres se recuesten>>. Había mucha hierba en el lugar.

Sin hacer caso del pesimismo de sus discípulos, Jesús les da una orden. Las palabras de Jesús personalizan a la multitud. El plural que usa (los hombres), en vez del singular colectivo (la multitud), da un rostro personal a sus componentes.

Jesús encarga a los discípulos de la tarea. Comer recostado era propio de los hombres libres; particularmente en la cena pascual, se veía en ello el paso de la esclavitud a la libertad. La orden de Jesús a sus discípulos tiene, por tanto, ese significado. En el éxodo/pascua de Jesús, la muchedumbre de los oprimidos ha de cambiar de condición.

Jesús instruye a los suyos sobre cómo han de tratar a la gente que se acerca. La comunidad ha de ponerse al servicio de los hombres como un inferior. No parte de una condición de poder o de fuerza, sino de la debilidad del <<chiquillo>> mencionado por Andrés. Los discípulos, mediante su servicio, dan a los que vienen una dignidad igual a la suya, los hacen hombres libres como ellos lo son (13,5.15 Lect.).

Los que han seguido a Jesús al otro lado del lago, alejándose de la sociedad opresora, encuentran en él un estímulo y una invitación. Él les da conciencia de su dignidad.

Había mucha hierba en el lugar. <<El lugar>> era una denominación del templo (4,20; 11,48). En oposición al lugar, situado en Jerusalén, donde yacía la muchedumbre de los oprimidos (5,13 Lect.), el sitio donde está ahora Jesús es el lugar donde brilla la gloria de Dios, es decir, donde manifiesta su amor incondicional al hombre (1,14). Es el lugar de los hombres libres, fuera de la institución opresora (10,2-3 Lect.). Así, este monte donde está sentado Jesús se hace el antagonista de Jerusalén, el monte santo donde está el templo (Sal 2,6; 24,3; 48,2.11; 68,15; 77,68, etc.), al que había que acudir para celebrar la Pascua. La hierba cubre el lugar; es una promesa de la fecundidad propia del tiempo mesiánico (cf. Sal 72,16: <<broten las espigas como hierba del campo>>), que va a traducirse muy pronto en abundancia. La gloria de Dios no va a brillar en su desierto (Éx 40,34: <<la gloria del Señor llenó el santuario>>), lugar de muerte por su esterilidad (Éx 16,3: <<Nos has sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta comunidad>>), sino en un lugar de vida. Y la Pascua que anuncia el Mesías o se come de pie y de prisa como la antigua (Éx 12,11: <<Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua del Señor>>); se come echado, recostado, por ser la Pascua de los hombres libres, no la de los esclavos; y porque en ella no hay que atravesar un desierto para llegar a la tierra. Quienes dan el paso de este éxodo entran directamente en la tierra prometida. Es la Pascua de los que llegan, no la de los que huyen. La liberación es inmediata, como lo había sido la del inválido (5,8: Levántate, etc.). Por eso no se ha señalado siquiera la travesía de Jesús (6,1) ni la de la gente después de él (6,5), sólo el punto de llegada. Tampoco se come en esta Pascua por separado, cada uno en su casa (Éx 12,3: <<una res para su familia, una por casa>>); todos la comen juntos.

       

     

      

      

      

      

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