Entonces Jesús les respondió: <<Pues sí, os lo aseguro: Nunca os dio Moisés el pan del cielo; no, es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y va dando vida al mundo>>
La respuesta de Jesús es tajante; la creencia de ellos es ilusoria. Sólo su Padre da el verdadero pan del cielo. El maná es cosa del pasado; el pan de Dios es presente, una comunicación permanente de vida que él hace al mundo. Este pan baja del cielo, como el maná llovía de lo alto, pero sin cesar; y no se limita a dar vida a un pueblo, sino a la humanidad entera. Dado que es Jesús quien da ese pan (6,27), se afirma aquí la comunicación continua de la vida de Dios al hombre a través de Jesús (1,51 Lect.). Como se ha visto en el episodio precedente, el pan expresa el amor de Dios creador; el pan del cielo es una manifestación de ese amor superior a la del pan material. El pan es la vida, don continuo de Dios y que no acaba (6,27: el alimento que dura, dando vida definitiva). Sacia también el hambre material del hombre, porque es amor que abraza al hombre entero. Es definitiva, plena, la única digna del hombre según el proyecto creador.
El pan del día anterior no era sólo un signo que figurase otro pan. Aquel pan contenía el que él anuncia. En el pan compartido hay que descubrir el pan del amor, ya que éste sólo se da con aquél. En el amor humano, expresado con dones humanos, se contiene el amor de Dios y el don de Dios, como en el Hombre se contiene la presencia divina.
Jesús habla aquí no ya del Padre, sino de su Padre, en correspondencia con la expresión que sigue: el pan de Dios. Está preparando la identificación del pan consigo mismo (6,35). Él procede de Dios, es su Hijo y su pan, único don (3,16).
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