<<Pero Tomás, es decir, Mellizo, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando llegó Jesús>>.
La traducción del nombre de Tomás se había encontrado en 11,16, donde manifestó su parecido con Jesús por su prontitud para acompañarlo a la muerte. Al mencionar la traducción <<el Mellizo>>, el evangelista recuerda los episodios anteriores en que ha actuado este discípulo. Ellos explicarán su incredulidad.
Tomás es uno de los Doce. <<Los Doce>>, como ya se ha visto, designan en Jn a la comunidad cristiana en cuanto heredera de las promesas de Israel (6,70 Lrect.). Por ser uno de ellos, Tomás ha sido testigo de la escena de los panes y conoce el discurso del pan de vida, donde Jesús había propuesto la identificación con su vida y muerte (6,51-56: comer su carne y beber su sangre). Tomás, que permaneció con Jesús, lo había comprendido y aceptado; por eso animó a sus compañeros a asociarse con Jesús en la muerte (11,16: Vamos también nosotros a morir con él). No había entendido, sin embargo, el sentido de ésta: Señor, no sabemos adónde te marchas, ¿cómo vamos a saber el camino? (14,5). No comprendía que la muerte no era un final, sino el encuentro con el Padre; no concebía una vida después de la muerte.
<<Era uno de los Doce>> es frase que se ha dicho de Judas cuando se ha anunciado su traición por primera vez (6,71: se refería a Judas de Simón Iscariote, pues éste, siendo uno de los Doce, lo iba a entregar). Tomás, separado de la comunidad (no estaba con ellos cuando llegó Jesús), está en peligro de perderse, por no haber participado de la experiencia común. Subraya además Jn que Tomás no ha estado presente al acto de fundación del pueblo de la nueva alianza; no ha recibido el Espíritu ni, con él, la misión. Es <<uno de los Doce>>, con referencia al pasado (6,67.70s). Esta cifra no designará a la comunidad después de la resurrección; siendo Jesús no sólo <<el rey de los judíos>> (cf. 19,19.21), sino el rey universal (19,23-24 Lect.) su comunidad estará representada por la cifra siete (21,2 Lect.).
Subraya además Jn que no existe verdadera adhesión a Jesús mientras no se crea en la victoria de la vida. La resurrección es, por eso, el quicio de la fe cristiana. No se reconoce el amor del Padre mientras no se crea en la calidad de vida que comunica. Por lo mismo, no se conoce tampoco lo que significa su proyecto creador sobre el hombre. La verdadera experiencia del Espíritu, que hace desaparecer el temor (20,19.22), es la de la vida definitiva (17,3 Lect.). Mientras exista el miedo a la muerte no existirá la libertad propia de los hijos de Dios, ni será posible cumplir el mandamiento de Jesús, amar como él ha amado (13,34; 15,13). El miedo a perder la vida llevará a defenderla incluso con la violencia.
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