<<Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (es decir, Mellizo), Natanael el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos>>.
En contraste con las dos apariciones anteriores de Jesús, el relato no sitúa ésta en un día preciso (cf. 20,19: Aquel día primero de la semana; 20,26: Ocho días después). La misión se realiza en todo tiempo, como la de Jesús (5,17: Mi Padre, hasta el presente, sigue trabajando y yo también trabajo).
Los discípulos están juntos, es decir, forman comunidad. Se nombra en primer lugar a Simón Pedro, que será figura central en este episodio y en el siguiente. Se le ha nombrado por última vez en el sepulcro, donde, apegado a su mentalidad, no comprendió las señales de la resurrección. Estaba incluido, sin embargo, en el grupo a quien Jesús confirió la misión y el don del Espíritu (20,19-23) y que presenció más tarde lo acaecido con Tomás (20,24-29).
Vuelve a mencionarse a Tomás, el último nombrado (20,28), que había pasado de la incredulidad a la adhesión incondicional a Jesús. Se vuelve a traducir su nombre, que ahora indica su disposición final: el que estaba dispuesto a morir con Jesús (11,16), sabe ahora adónde conduce esa muerte (14,5; 20,28).
El tercer discípulo nombrado es Natanael. No había aparecido en el evangelio desde la escena de su llamada (1,45-51). Como se vio en aquel episodio, este discípulo era figura del Israel fiel a las promesas, que esperaba el Mesías. Añade Jn la precisión: el de Caná de Galilea. Señalar en este momento el lugar de origen de Natanael, que, por otra parte, no se había mencionado en su presentación (1,45), es completamente superfluo desde el punto de vista narrativo, pues además no tendrá consecuencia alguna en la escena que sigue, donde Natanael no volverá a ser nombrado. La intención del evangelista parece ser poner en relación a este discípulo con la madre de Jesús, figura femenina del mismo Israel, que aparece en Caná de Galilea como personaje de primer plano (2,1-5). En la figura de la madre, este Israel había quedado integrado al pie de la cruz en la nueva comunidad (19,25-27); ahora, en la figura de Natanael, aparece incluido en la comunidad de discípulos.
Por única vez aparecen en este evangelio los de Zebedeo, cuyos nombres no se precisan. El grupo se completa con dos discípulos anónimos.
Son siete los discípulos presentes. No se hace alusión alguna a los Doce, número que denotaba a la comunidad en cuanto heredera de las promesas de Israel (6,70 Lect.). Ahora, en cambio, está representada por otro número, el de la totalidad determinada, que, referido a pueblos, indica la totalidad de las naciones y hace, por tanto, referencia directa a los paganos. Es ahora la comunidad de Jesús en cuanto abierta a todos los hombres, a los que estaba destinado su mensaje (19,23-24 Lects.). La nueva comunidad, que ha reconocido su origen en el antiguo Israel de las promesas (19,26-27 Lect.), renuncia a todo particularismo y reconoce su misión universal.
Destaca en el grupo la figura de Simón Pedro. Este discípulo no se definió en su primera entrevista con Jesús (1,42), pero, a lo largo del relato evangélico, ha mostrado, por un lado, una indiscutible adhesión a Jesús y, por otro, una incomprensión de su mesianismo y una oposición a su actitud que lo han llevado a renegar de él (18,15ss). Desde la escena del prendimiento (18,10s) no se ha referido ningún encuentro personal de Pedro con Jesús (véase, en cambio, el caso de Tomás, 20,24-29). La cuestión está aún por resolver.
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