<<éstas quedan escritas para que lleguéis a creer que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y, creyendo, tengáis vida unidos a él>>.
El objetivo de la obra es suscitar la fe de los lectores. La selección que ha hecho el autor es, por tanto, significativa; piensa que el relato ha presentado los rasgos de Jesús que pueden mover a esa fe y que bastan para llegar a ella.
La fe viene calificada: es la fe en Jesús, el que en su vida ha realizado las señales de un amor que libera al hombre, el que ha sido condenado por las autoridades, ha muerto en cruz y ha resucitado de la muerte. Es a él a quien se aplican los títulos de Mesías e Hijo de Dios.
El Mesías es el consagrado por Dios para llevar a cabo su designio en la historia. Él forma la nueva comunidad humana que continúa el antiguo pueblo de Dios. Es el liberador que instituye la alianza definitiva. El que cree en él reconoce, por tanto, que aquella actividad de Jesús, que ha suscitado una oposición a muerte, es la que realiza el designio de Dios sobre el hombre y la historia.
El Hijo de Dios, título que apareció por primera vez en boca de Juan Bautista (1,34; cf. 1,18.49) y que Jesús mismo se ha aplicado explícitamente (6,40; 10,36) e implícitamente cada vez que ha llamado a Dios Padre suyo (5,17, etc.), adquiere toda su fuerza después de la confesión de Tomás: es aquel que ha nacido de Dios (1,18), que está identificado con el Padre (10,38), que actúa como él (5,17), y es uno como él (10,30), que es Dios, la presencia del Padre entre los hombres (12,45; 14,9).
El fundamento de la fe o adhesión incondicional a Jesús se encuentra en este doble aspecto: él es el Mesías, el ejecutor del designio de Dios que forma la nueva comunidad; pero cumple esa misión en cuanto es en el mundo la presencia y actividad de Dios mismo, que despliega en él y a través de él su amor al hombre.
La adhesión a Jesús, que se traduce en norma de acción y de conducta (13,34; Igual que yo os he amado, también vosotros amaos unos a otros), obtiene la vida, el Espíritu. Ella es amor que inserta en la vida verdadera (15,4.5) y hace permanecer en el ámbito del amor (15,9).
Se anunciaba en el prólogo que la palabra/proyecto divino contenía vida; esa vida, en su plenitud, es la que se obtiene por la fe en Jesús Mesías e Hijo de Dios. Ella es el fruto del amor leal, que él hace existir en el hombre (1,17); el dinamismo de la vida lleva a los demás, para hacer llegar hasta ellos el amor de Jesús, que, a su vez, fundará la fe en él.
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