Les dijo Jesús: <<Venid, almorzad>>. A ningún discípulo se le ocurría cerciorarse preguntándole: <<¿Quién eres tú>>, conscientes de que era el Señor.
Jesús invita a todos a la eucaristía, a participar de su alimento; él ofrece el banquete. Éste es muestra perenne de su amor, que lo ha llevado a dar la vida por sus amigos. Al final del trabajo, no se presenta como señor que toma cuentas a sus siervos, sino como amigo que comparte con ellos y los invita a comer lo que él mismo ha preparado (15,13-15). El don de sí mismo, que en escenas anteriores quedaba figurado por las señales de las manos y el costado, se expresa ahora en la invitación a comer.
La invitación de Jesús hace que los discípulos reconozcan su presencia. En la misión lo habían reconocido por el fruto, ahora por el don. Terminado el esfuerzo, con el que le han demostrado su amor, experimentan su presencia, como él lo había dicho: El que ha hecho suyos mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama; y al que me ama mi Padre le demostrará su amor, y yo también se lo demostraré manifestándole mi persona (14,21). De ahí la frase de Jn: A ningún discípulo se le ocurría cerciorarse preguntándole: <<¿Quién eres tú?>>, conscientes de que era el Señor. Su presencia entre los suyos es tan perceptible que no deja lugar a dudas. Corresponde este pasaje a 16,23: Ese día no tendréis que preguntarme nada.
La pregunta ¿Quién eres tú? ha aparecido dos veces en el evangelio. La primera vez fue dirigida a Juan Bautista por la comisión investigadora, para averiguar si pretendía ser el Mesías (1,19); la segunda vez la hicieron los dirigentes judíos a Jesús (8,25) inmediatamente después de una alusión a su mesianismo (8,24: si no llegáis a creer que yo soy lo que soy). Está así en relación con las otras preguntas por la identidad de Jesús: Si eres tú el Mesías, dínoslo abiertamente (10,24); ¿Tú eres el rey de los judíos? (18,33). Asimismo, con las declaraciones sobre Jesús: Este es el Hijo de Dios (1,34), o hechas por él mismo: Yo soy la luz del mundo (8,12), etc.
De una manera o de otra, todas reflejaban su carácter mesiánico, y ésta es la pregunta que los discípulos ya no necesitan hacer. Desde el encuentro con Jesús han llegado a la fe que Jn proponía en el primer colofón: para que lleguéis a creer que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y, creyendo, tengáis vida unidos a él (20,32 Lect.). Se verifica ahora lo que Jesús había anunciado a los suyos: vosotros, en cambio, me veréis, porque yo tengo vida y también vosotros la tendréis (14,19). En la eucaristía, donde Jesús sigue comunicando su vida, se percibe particularmente su presencia.
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