En esto conocerán todos que sois discípulos míos: en que os tenéis amor entre vosotros.
El amor que existe entre los suyos ha de ser visible, y podrá ser reconocido por todo hombre. Por tanto, ha de ser mostrado con obras como las de Jesús. Éste será el signo distintivo de su comunidad. Lo que aprenden los discípulos de su maestro no es una doctrina, sino un comportamiento: no van a distinguirse por un saber particular, ni mucho menos esotérico, ni van a comunicar a la humanidad una especulación sobre Dios. Van a mostrar la posibilidad del amor y de una sociedad nueva; así manifestarán y harán presente al Padre en el mundo.
Jesús quiere crear el espacio donde el amor exista, la alternativa a la tiniebla. Por eso su mandamiento se refiere a los discípulos. Está constituyendo su comunidad, realizando la utopía. No crea, sin embargo, un grupo cerrado, sino la plataforma indispensable para la misión en medio del mundo, de la que tratará en los caps. 15 y 16 donde <<el fruto>> expresará el amor a la humanidad (cf. 12,24) y <<sus mandamientos>> lo prescribirán. La actividad del amor ha de tener como base la vivencia del amor. Quien no vive en el amor no conoce la vida ni puede ofrecerla. De la experiencia de vida nace la urgencia de la misión.
La primera muestra de amor a la humanidad consiste en demostrar que la utopía es posible, que Dios es padre y los hombres pueden ser hermanos; en hacer brillar en medio del mundo la gloria de Dios, su amor leal al hombre.
Éste es el mandamiento <<constituyente>> de la comunidad de Jesús: él crea la solidaridad del amor, que practica <<los mandamientos>> (14,15) realizando <<las obras de Dios>> (9,3s) y entregando su vida por el hombre (12,24s). Su opuesto es el pecado <<constituyente>> del orden éste: éste crea la solidaridad del mal, cuya actividad son <<los pecados>> u obras perversas (7,7), quitando la vida al hombre (8,23.44 Lects.).
Al poner Jesús como único distintivo de su comunidad la existencia de ese amor visible, elimina todo otro criterio. La identidad de su grupo no estará basada en observancias, leyes o cultos. Con ese único distintivo desliga Jesús a los suyos de todo condicionamiento cultural. Si el orgullo de Israel estribaba en la peculiaridad de sus instituciones respecto a las de los pueblos paganos, el grupo de Jesús no tendrá barreras que lo separen. Su mensaje coincide con lo más profundo del hombre, más allá de las diversas culturas. El amor es lenguaje universal.
La independencia que ha venido mostrando Jesús a lo largo de su vida pública frente a las instituciones de su cultura (2,13ss; 4,21ss; 5,18.39; 6,32; 7,19; 8,44; 9,14; 10,3-4) vale también para sus discípulos. Las obras en favor del hombre, expresión del amor, son las que dan testimonio de su misión divina; los suyos tendrán las mismas credenciales.
Jn sitúa el mandamiento del amor entre la traición de Judas y la predicción de las negaciones de Pedro, en el mismo lugar donde Mt 26,26-30 y Mc 14,22-26 colocan la eucaristía. Jn, en el mandamiento, está explicando el sentido profundo de ésta. Como ya lo había descrito en 6,56: Quien come mi carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él, la eucaristía es una identificación con Jesús por asimilación a su vida y a su muerte.
Para Jn, por tanto, la celebración de la eucaristía es el recuerdo incesante del amor de Jesús y el compromiso continuo de la comunidad con ese amor hasta la muerte. Pero no es sólo recuerdo. Jesús, presente entre los suyos, sigue demostrándoles su amor y comunicándoles su Espíritu, que les permitirá amar como él los ha amado.
SÍNTESIS
El primer mandamiento de la Ley antigua se refería a Dios: <<Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas>> (Dt 6,5). Como todos los de aquella Ley, queda sustituido por el mandamiento que da Jesús: Igual que yo os he amado, también vosotros amaos unos a otros. Lógicamente, se esperaría que Jesús pidiese una correspondencia a su amor: <<Amadme como yo os he amado>> (cf 1 Jn 4,11). La frase de Jesús muestra, por el contrario, que sólo amando al hombre se ama a Dios, que Dios es inseparable del hombre. Quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso (cf. 1 Jn 4,20). El amor a los otros es la única prueba de la presencia en el hombre del amor de Dios.
Amar a Dios es, en primer lugar, aceptarlo en uno mismo como presencia y fuerza de amor (el Espíritu), cuyo término es siempre el hombre. Así, amando a los demás, se hace a Dios presente en uno mismo y se establece con él la única relación posible, la de su amor aceptado, que es su presencia y su gloria.
En Jesús, Dios se ha hecho presente en el hombre y uno con él (10,30). Con eso exige el máximo respeto por él y toma como suyos lo mismo el amor a él que la ofensa. El Dios lejano y trascendente permitía manipular al hombre. El Dios que habita en el hombre lo hace intocable.
El mandamiento de Jesús da existencia a su grupo, lo constituye. Éste se encuentra en medio del mundo como la alternativa de la vida frente a la muerte, de la dignidad y la libertad frente al sometimiento. Es el ofrecimiento permanente del amor de Dios a la humanidad por medio de Jesús. Él es el centro de ese grupo humano, por ser su modelo, el dador de la vida que comparten los miembros y, con ella, de la posibilidad de amar. Desde esa alternativa y esa vivencia se ejerce el servicio al hombre.
17-30., Evangelio de Mateo. B. LA PASCUA DE JESÚS. La preparación. 26
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