<<El que ha hecho suyos mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama>>.
Pasa Jesús al singular, a la relación que el Padre y él establecen con cada miembro de la comunidad. Él no uniforma, sino diferencia. Su comunidad no es gregaria. Por eso el principio que enuncia se aplica a cada individuo, y cada uno es responsable de su práctica. Recoge la formulación inicial (14,15), pero invirtiendo el orden de los términos. Allí era el amor a Jesús la condición para cumplir sus mandamientos; ahora les avisa que la actividad en favor del hombre es lo único que da realidad al amor a él y, por tanto, el único criterio para verificar su existencia.
El discípulo hace suyos los mandamientos de Jesús y los cumple. El amor consiste, por tanto, en vivir los mismos valores que Jesús y comportarse como él. El amor verdadero no es solamente interior, sino visible: un dinamismo de transformación y de acción (el Espíritu).
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