Jesús le contestó: <<Tanto tiempo como llevo con vosotros y ¿no has llegado a conocerme, Felipe? Quien me ve presente a mí, ve presente al Padre; ¿cómo dices tú: ´Haz que veamos al Padre´?>>.
Jesús le contesta con una queja. La convivencia con él, ya prolongada, no ha ampliado su horizonte. Anclado en la idea tradicional, no puede comprender que el Padre está presente en Jesús.
Explica aquí Jesús el contenido de la promesa hecha a los discípulos en el episodio de Felipe y Natanael: Veréis el cielo quedar abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar por este hombre (1,51). Como allí se ha explicado, el punto de comparación con Jacob estaba en la presencia de la gloria de Dios en Jesús; la presencia de la gloria-amor es la del Padre. Como los Judíos de Cafarnaún (6,42 Lect.) aún separa Felipe a Dios del hombre. No conoce el alcance de su amor ni de su proyecto. No concibe que en el Hombre esté presente y se manifieste Dios, que el Hombre sea Dios.
Como lo ha notado Jn, sólo después de la resurrección de Jesús comprendieron los discípulos ser él el nuevo santuario donde habita la gloria (2,22). Dios, por tanto, es visible en Jesús.
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