<<El que no me ama no cumple mis palabras; y el mensaje que estáis oyendo no es mío, sino del que me mandó, el Padre>>.
Jesús identifica su mensaje con el del Padre (cf. 7,16; 8,28.40; 12,49s). Es el mensaje que los dirigentes no habían conservado (5,38), pero que Jesús cumple (8,55). Se trata, por tanto, del mensaje de Dios ya presente en el AT, el de su amor por el hombre (Éx 34,6s), que mostró a lo largo de la historia de Israel poniéndose de parte del oprimido e injustamente tratado. Fue su amor el que sacó a Israel de la esclavitud de Egipto (Dt 4,37; 7,7s; Jn 5,37b-38 Lect.). Este mismo es el mensaje que Jesús cumple y que transmite a sus discípulos, quienes lo hacen suyo (17,20). Los mandamientos, por tanto, que llevan el mensaje a la práctica, se refieren en particular al amor que se muestra ofreciendo al oprimido el medio de salir de su opresión. Es el mensaje de un éxodo fuera del sistema injusto (10,2-4), abriendo los ojos de los ciegos para que conozcan la dignidad humana según el designio de Dios (9,1ss) y haciendo caminar a los paralizados por las ideologías opresoras (5,3ss); es el amor manifestado en el compartir, que da al hombre su independencia y lo libera de la explotación (6,5ss).
Para seguir esta línea, que llega al don de la propia vida, hay que estar identificado con Jesús (cf. 14,15). Es el Espíritu, fuerza del amor de Dios, el que identifica con él e imprime al hombre su dinamismo para la acción. De ahí que vuelva Jesús al tema del valedor enviado por el Padre.
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