domingo, 2 de abril de 2023

Jn 13,38

 Replicó Jesús: <<¿Que vas a dar tu vida por mí? Pues sí, te lo aseguro: Antes que un gallo cante me habrás negado tres veces>>.

Jesús responde a Pedro con ironía. Éste ha mostrado su arrogancia y su ignorancia. No se puede dar la vida por Jesús, pues nadie puede sustituirlo a él como salvador. Tampoco quiere él la vida de sus discípulos. Él no necesita sacrificios por él, ni los acepta; el discípulo ha de dar su vida con Jesús y como Jesús: por el hombre. Dios no absorbe, sino que empuja a amar. Jesús, que se ha puesto al servicio de los suyos (lavado de los pies), no les pide que vivan para él.

Pedro pretende vincularse solamente a Jesús. No ha comprendido que Jesús es inseparable del grupo. Al lavarles los pies había destruido la imagen tradicional del maestro y señor; no se quitó el paño (13,5.12), mostrando ser el primero en el servicio mutuo que exige a los suyos (cf. 21,9). Jesús es el centro y el origen de una comunidad de iguales. Pedro quiere separarlo del grupo, poniéndolo en un pedestal. Jesús no acepta tal adhesión.

Pedro, que se ofrece a morir por su señor, al ver derrumbarse su falsa idea de Mesías, acabará negándolo. En medio de su arrogancia, es un débil. Su fuerza era la del líder con quien se había identificado, es decir, el Mesías que iba a desafiar el poder con sus mismas armas (18,26). Cuando la realidad de los hechos le descubra que Jesús no representa su ideal, su fuerza se disipará; aparecerá entonces que su relación con Jesús no era tanto una adhesión a su persona (amor) cuanto a la función imaginada por él. Así, Pedro no podía comprender que Jesús desafiaba al poder no desde la violencia, sino desde el amor. La única fuerza del discípulo es la del amor aceptado y ofrecido. Ahí está la verdadera adhesión a Jesús.

La negación de Pedro no será efecto de una ligereza, sino indicio de una profunda decepción. Dejará a Jesús, negará conocerlo y ser su discípulo (18,15-18.25.27). Jesús se lo había advertido: Si no dejas que te lave, no tienes nada que ver conmigo (13,8). Pedro no sólo no se deja lavar, tampoco quiere que Jesús muera por él. Sigue resistiendo al amor. Él mismo, que no comprende a Jesús, lo negará tres veces, es decir, de modo total. Entonces cantará el gallo. El canto del gallo, que se alza en medio de las tinieblas, es un grito diabólico de victoria (18,27 Lect.). La defección del discípulo será el triunfo de los enemigos de Jesús. Pero éste no lo abandonará, y nadie podrá arrebatar de su  mano lo que el Padre le ha entregado (10,28s; 21,15ss).

SÍNTESIS

La única identificación con él que admite Jesús es la de su mandamiento (13,34: igual que yo os he amado). No es Jesús el rey glorioso que hace participar de su poder a los suyos. Éstos se definen como él, siendo don de Dios a los hombres por la actividad del amor desinteresado. Jesús no pide nada para sí, sino para la humanidad, objeto del amor universal de Dios (3,16). Él ha marcado el camino para ayudar y salvar al hombre. Jesús es origen, fuerza de vida, comunicación del Espíritu y del amor, para que el designio de Dios sobre el hombre sea realidad. No quiere pedestales, sino seguimiento. Pero antes tiene él que morir, pues nadie puede amar como él sin haber conocido y aceptado todo el alcance de su amor.

Quien se identifica con un poderoso, está respaldado en la fuerza del poderoso y la hace suya. Cuando el potente fracasa, el súbdito queda sin identidad propia. En cambio, quien se identifica con Jesús, se identifica con su amor, pero no como algo externo, sino como principio de vida interior que no falla ni se agota. Jesús es don permanente, disponibilidad continua, compañero inseparable. Mientras el hombre se mantenga en su amor, no hay decepción posible.

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