Jesús le contestó: <<Uno que me ama, cumplirá mi mensaje, y mi Padre le demostrará su amor: vendremos a él y nos quedaremos a vivir con él>>.
La venida de Jesús no será un alarde de poder ni una reivindicación de la injusticia cometida con él. La transformación de la sociedad humana que él propone no se hace por la fuerza. Forma su comunidad con los que quieren responder al ofrecimiento de la vida. Por eso, en respuesta a Judas, repite lo antes dicho, formulándolo de modo parecido. Su mensaje es el del amor al hombre y se despliega en sus mandamientos. Insiste en que el amor a su persona lleva necesariamente a la actividad, que uno y otra son inseparables (14,15.21). Jesús explica de nuevo la calidad de su manifestación, que no es del mismo género que la que ellos han conocido o la que esperan. Quien guarda su mensaje responde a su amor, acogiéndolo, y su amor es su presencia y la del Padre.
Esta presencia se experimenta como una cercanía. El Padre y Jesús, que son uno, establecerán su morada con el discípulo. Vivirán juntos, en la intimidad de la nueva familia.
Remite este texto al principio del capítulo (14,2-3). La misma realidad se formula allí en sentido contrario; Jesús iba a preparar sitio para los suyos en el hogar del Padre, significando bajo esa imagen la condición de hijos que iba a obtener para los suyos. Aquí son el Padre y Jesús los que vienen a vivir con el discípulo; la condición de hijo se expresa en términos de amor (mi Padre le demostrará su amor), pues es el amor la actitud del Padre respecto al Hijo (3,35: El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano; 10,17: Por eso el Padre me demuestra su amor, porque yo entrego mi vida y así la recobro). Quien cumple el mensaje del amor se hace hijo de Dios (1,12; cf. 14,2b). Se trata, por tanto, de una promesa para esta vida, la de la compañía, el contacto personal entre el Padre, Jesús y cada discípulo. Corresponde a la experiencia comunitaria descrita en términos de identificación (14,20).
Una de las características del camino en el antiguo éxodo era la presencia de Dios en medio del pueblo, localizada en <<la morada>> (hebreo ha-miskan), situada en la tienda del Encuentro (Éx 26ss, passim). En el nuevo éxodo, cada miembro de la comunidad será morada de Dios; así, la comunidad entera será el lugar de la manifestación de la gloria (17,22). Jesús, el nuevo santuario, hace participar de su calidad a todos y cada uno de los suyos.
Nótese también que la expresión vivir con él es la misma aplicada antes al Espíritu (14,17: vive con nosotros), que vivía con los discípulos gracias a la presencia de Jesús. Se promete, por tanto, una presencia de Jesús y del Padre en todo semejante a la que tenía Jesús con los suyos, pero interiorizada. Todo será efecto del don del Espíritu (ibíd.: estará con vosotros).
El amor a Jesús y la venida de Jesús y el Padre a vivir con el discípulo no son más que dos descripciones de la misma realidad, una desde cada extremo. Amar a Jesús es acercarse a él para identificarse con él; puede describirse así como un movimiento del hombre hacia Jesús, aunque supone un acercamiento previo de Jesús al hombre, puesto que el ofrecimiento de Jesús ha precedido a la respuesta.
La respuesta al amor de Jesús se expresa en el amor a los demás hombres (cumplir el mensaje). El Padre y Jesús responden a la fidelidad del discípulo dándole la experiencia de su compañía; esto se expresa con la imagen <<venir y quedarse a vivir con él>>.
Por eso no va a manifestarse al mundo, porque su manifestación supone la aceptación de su amor y la correspondencia a él; el mundo, en cambio, lo odia (7,7; 15,18).
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