<<Tener apego a la propia vida es destruirse, despreciar la propia vida en medio del orden éste es conservarse para una vida definitiva>>.
Dar la propia vida, condición para la fecundidad, es la suprema medida del amor. Explica Jesús a los discípulos que tal decisión no es una pérdida para el hombre, sino su máxima ganancia; no significa frustrar la propia vida, sino llevarla a su completo éxito. Infundir temor es la gran arma del orden injusto. Quien no teme ni a la propia muerte, lo desarma; es soberanamente libre y está libre para amar totalmente.
El temor a perder la vida es el gran obstáculo a la entrega; Jesús advierte que poner límite al compromiso por apego a la vida es llevarla al fracaso. La única línea de desarrollo para el hombre es la actividad del amor, y alcanzará su cima cuando el amor llegue a su expresión suprema. El apego a la vida lleva a todas las abdicaciones; llegará el momento en que el hombre ceda ante la amenaza. No solamente le será imposible amar hasta el límite, sino que acabará cometiendo la injusticia o callando ante ella.
El amor leal consiste en olvidarse del propio interés y seguridad, en seguir trabajando por la vida, dignidad y libertad del hombre en medio y a pesar del sistema de muerte. El ámbito donde se ha desarrollado la actividad de Jesús y va a continuar la de sus discípulos (15,18) es <<el mundo>> que lo odia, porque él denuncia que su modo de obrar es perverso (7,7). Jesús se declara dispuesto a su enfrentamiento último. Para dar vida está dispuesto a dar la suya propia. Así muestra la grandeza y la fuerza de su amor, que es el de Dios mismo.
El fruto supone una muerte; la entrega exige fe en la fecundidad del amor.
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