sábado, 4 de febrero de 2023

Jn 12,8

 <<pues a los pobres los tenéis siempre entre vosotros, en cambio a mí no me vais a tener siempre>>

La presencia de Jesús con los suyos tiene un doble aspecto. El primero es el de la identificación con su persona (14,20) por el Espíritu la gloria que él recibe del Padre y comunica a los suyos. Se realiza así la unión con él y con el Padre (17,22s). Esta presencia de Jesús es permanente (14,18-20.23), es un dinamismo unificador que hace participar de su misma condición (17,24). En este sentido, Jesús está presente en la comunidad, más que como término de relación, como fuente de vida, que es principio y capacidad de relación con todo hombre. A este nivel, la relación personal con Jesús consiste en permanecer en él, aceptando la vida que de él dimana (15,4-5).

El segundo aspecto considera a Jesús presente como término exterior de la relación; esta presencia termina con su muerte. El término de la relación lo constituirán en adelante <<los pobres>>, que permanecen siempre. Jesús, presente en la comunidad, le comunica el dinamismo de su amor y, a través de ella, alcanza la persona de los otros.

La comunidad no se centra, pues, en Jesús como en una presencia estática hacia la que confluye toda su vida. Está centrada en Jesús en cuanto permanece en él y participa de su Espíritu que la lleva hacia <<los pobres>>.

La frase a los pobres los tenéis siempre entre vosotros indica la forma de relación que se establece entre la comunidad y los pobres. Estos no son el término de una actividad hacia el exterior, como si estuviesen fuera del grupo cristiano; se les considera dentro de él, bien porque pertenecen a la comunidad o bien porque se les acoge en ella. La comunidad está separada del mundo, pero no de los pobres.

A través de su muerte, Jesús va a vincularse con todos los pobres, oprimidos, perseguidos de este mundo. Como él, la comunidad cristiana tendrá que manifestar su solidaridad con ellos. Al morir, Jesús va a dar la posibilidad y señalar el camino par abolir la opresión, pero no partiendo de una situación de fuerza y dominio (dinero), sino de solidaridad (don de sí hasta la muerte). La comunidad no se distingue de los pobres, es una comunidad de pobres que se aman y que, a través del compartir, expresión del amor, superan su condición de oprimidos.

El amor que hace presente a Jesús, respuesta al suyo y réplica del suyo, es necesariamente amor mutuo (13,34s Lect.); tiende a integrar y, por la relación humana, a crear comunidad de iguales. Por eso, los pobres no pueden ser el objeto externo de la solicitud de la comunidad. El amor no pone una limosna en la mano para desentenderse luego. El amor de Jesús consiste en acoger admitiendo a la propia mesa y a la propia intimidad. Así es como los pobres han de estar siempre entre los discípulos. Es en la relación personal donde se manifiesta el amor de Jesús.

La comunidad cristiana, por tanto, tiene su clara identidad (13,35), pero es la del amor mutuo, que consiste precisamente en estar abiertos a los demás. No se identifica por oposición a nadie, sino, como Jesús, por su capacidad de acogida y donación. El amor que acoge, personaliza. Este es el don que, al ser aceptado, produce la experiencia del Espíritu, que es vida y amor (17,22 Lect.). Jesús da al hombre su plena dignidad y estatura humana; así sale de su opresión y pobreza. Subvierte de este modo la dinámica homicida que vacía al hombre de su contenido, reduciéndolo a objeto utilizable por cualquier sistema opresor; elimina la voluntad de poder, causa de la opresión, dándose a los pobres no en cuanto pobres, sino en cuanto hermanos.

Resalta ahora por contraste la postura de Judas: al poner obstáculo al amor a Jesús, mata la posibilidad de amar a los pobres. El que no acepta el amor hasta la muerte, es decir, una actitud de donación sin tasa, como la de Jesús, se convierte necesariamente en acaparador y sacrificará el bien de los demás al suyo propio.

Estamos al principio del período de seis días que encierran <<la hora>> de Jesús, la de su muerte. El conflicto que se plantea en Betania es el que va a tener su desenlace en la cruz. Judas, el traidor, encarna el mundo y su postura. En el último encuentro que tenga con Jesús estará al frente de todos los poderes hostiles (18,3-5). Él es el enclave del mundo dentro del grupo.

La perícopa está en estrecha relación con la escena de los panes en Galilea (6,1ss). Allí se iniciaba el éxodo de Jesús fuera de la sociedad injusta; en Betania se ha llegado a la tierra prometida (6,21 Lect.), la nueva comunidad humana. En Galilea, el compartir el pan prefiguraba la característica de la nueva comunidad, que no comienza creando una organización, sino estableciendo un estilo de vida humano, cuya expresión es el amor (6,10b-11). La comunidad tiene a los pobres con ella y en medio de ella. En Galilea, la asimilación a Jesús aparecía como el fundamento de la nueva humanidad, cuyo trabajo es la fidelidad a él y a su mensaje de amor al hombre (6,26). En Betania, la comunidad muestra y mantiene su adhesión a Jesús y se prepara a mostrársela en su muerte, que será la norma de su propio amor.

SÍNTESIS

La comunidad de Jesús celebra la vida recibida de él y su celebración se centra en Jesús, dador de la vida. Los discípulos le agradecen la plenitud alcanzada. Le demuestran su amor y su identificación con él, que los lleva a entregarse ellos mismos como él para dar vida a los demás.

Se oponen en la perícopa dos manera de ver. La primera es la del <<mundo>>, representado por un discípulo que, por una parte, con su afán de acaparar, crea la pobreza, y por otra, bajo pretexto de beneficencia, utiliza a los pobres para su propio provecho. La segunda es la de Jesús, para quien la solución a la pobreza está en el don de sí a los demás; la relación personal da a los oprimidos la dignidad y la libertad, haciéndolos así salir de la opresión y capacitándolos para construir la comunidad humana fraterna.

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Jn 21,24-25

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