domingo, 19 de febrero de 2023

Jn 12,34b

 ¿cómo dices: tú que ese Hombre tiene que ser levantado en alto? ¿Quién es ese Hombre?

La denominación que usa la multitud para referirse a Jesús muestra que han asociado dos declaraciones suyas, la de 12,23: Ha llegado la hora de que se manifieste la gloria de este Hombre, y la de 12,32: Yo, cuando sea levantado de la tierra, tiraré de todos hacia mí. La primera afirmación les parecía apropiada para el Mesías; la segunda, en cambio, les choca, y no pueden compaginarla con la primera.

Han entendido la primera declaración de Jesús de una gloria que no es la del amor; en la segunda ven solamente la muerte, no la exaltación ni la vida, y les resulta incompatible con lo que han aprendido en su Ley. Oponen su concepción mesiánica (el Mesías), ya fijada por la enseñanza, al apelativo usado por Jesús (este Hombre). No comprenden su mesianismo. Por eso la pregunta final: ¿Quién es ese Hombre?, muestra precisamente su incertidumbre; quieren saber qué título se aplica Jesús, puesto que no puede ser el Mesías por no corresponder a lo anunciado. Se dibuja ya el rechazo. Si el Mesías que habían aclamado (12,13) afirma ahora que va a morir, no lo reconocen por Mesías. Buscaban un rey glorioso, un restaurador que diese esplendor a su nación e hiciese justicia, siempre en el marco de las antiguas instituciones (la Ley). Esperaban una salvación desde fuera, en la dependencia, y no aceptan la libertad que trae Jesús, la plenitud de vida.

El denominativo <<el Hombre>>, que Jn pone en boca de la gente, se refiere a Jesús como modelo de Hombre, el proyecto de Dios realizado. Precisamente por ser <<el Hombre>> y poseer la plenitud del amor del Padre, ha de demostrarlo hasta el final, hasta el don libre de su propia vida (10,18) para sacar al hombre de la muerte (3,14s). Esa es la manifestación de su gloria.

La multitud no lo comprende ni lo acepta; no conoce el designio de Dios. Para ellos, la gloria es el brillo y el poder del rey, no el esplendor del amor sin límite. El Mesías que esperan impondrá su reinado, como rey designado por Dios, sin dejar opción. Jesús, en cambio, tirará de todos hacia sí <<con correas de amor, con cuerdas de cariño>> (Os 11,4), respetando la libertad de cada uno, para llevarlos a una entrega como la suya (12,26) y fundar la comunidad humana conforme al designio divino. Ellos, que bajo el régimen de la Ley en que han vivido nunca han sido estimulados a la libertad ni a la responsabilidad personal, no desean semejante salvación, que los compromete personalmente. Desean la reforma de las instituciones, pero el cambio y plenitud del hombre no entra en su horizonte. Esperan la salvación del poder, no del amor. Se encuentran en la misma situación que los discípulos de 6,60-62, después del intento de hacer rey a Jesús (6,15). También a la multitud la declaración de Jesús le parece excesiva (6,60: Este mensaje es insoportable; ¿quién puede hacerle caso?).

La condición para ser <<el Hombre>>, es decir, para realizar el proyecto de Dios, es la gloria del amor hasta el extremo. Al rechazarla, la multitud se cierra el camino a su propia creación. Su pregunta: ¿Quién es ese Hombre?, está en oposición a la del ciego curado. Aquél quería identificarlo para darle su adhesión (9,36); éstos, que saben quién es, no quieren reconocerlo ni ver en él el Mesías, la esperanza de Israel. El ciego se había curado precisamente por adherirse a la realidad de Jesús, el Hombre (9,6-7 Lect.); éstos quedarán ciegos por no reconocer a ese Hombre como Mesías. Se ha interpuesto la Ley.

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Jn 21,24-25

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