Ella, al oírlo, se levantó de prisa y se dirigió adonde estaba él. Jesús no había entrado todavía en la aldea, estaba aún en el lugar adonde había ido Marta a encontrarlo.
María sale inmediatamente porque reconoce la voz de Jesús, el pastor (10,3s), que la llama, y responde sin vacilar. Esta voz la saca de la inmovilidad en que se encontraba (11,20), paralizada por el dolor sin esperanza. Ella, que estaba en la casa del duelo, se levanta y la deja. Jesús no entra en la casa del duelo. Él no ha dado el pésame a Marta, le ha asegurado que su hermano resucitará. Aquella casa no es lugar para que se reúna con los suyos.
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