Salió el muerto con las piernas y los brazos atados con vendas; su cara estaba envuelta en un sudario. Les dijo Jesús: <<Desatadlo y dejadlo que se marche>>.
Los detalles del texto, vendas y sudario, hacen resaltar la realidad de la muerte, como antes lo había hecho la resistencia de Marta a quitar la losa. Las piernas y los brazos atados muestran al hombre incapaz de movimiento y actividad.
Expone el texto una paradoja. El que sale está muerto y ostenta todos los atributos de la muerte, pero sale él mismo, porque está vivo.
Al ordenarle que salga fuera, Jesús lo presenta ante los circunstantes, invitándolos a cambiar su concepción. La exhortación a quitarle las vendas los invita a traducir en la práctica la nueva convicción de que el muerto está vivo, que no está sometido al poder de la muerte.
Jesús no devuelve Lázaro a la comunidad, lo deja marcharse, pero ya libre. El camino de Lázaro lleva al Padre con quien Lázaro está vivo. La narración escenifica el cambio de mentalidad frente a la muerte que Jesús les pide. Son ellos los que lo han atado y ellos han de desatarlo. Como la losa que habían puesto encerraba al muerto en el pasado, en el sepulcro de Abrahán, las vendas con que lo habían atado le impedían llegar a la casa del Padre. Se describe dramáticamente la concepción judía del destino del hombre, que impedía a la comunidad comprender el amor que el Padre les había manifestado en Jesús. No es que Lázaro tenga aún que irse con el Padre, son ellos los que tienen que dejarlo ir, comprendiendo que Lázaro está vivo en la esfera de Dios, en vez de retenerlo en su mente como un difunto sin vida.
Al desatar a Lázaro muerto son ellos los que se desatan el miedo a la muerte que los paralizaba. Salen así todos fuera del sepulcro, que los sometía a la esclavitud de la muerte. Sólo ahora, sabiendo que morir no significa dejar de vivir, podrá la comunidad entregar su vida como Jesús, para recobrarla (10,18; cf. 6,61-62 Lect.).
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