Entonces Jesús les dijo abiertamente: <<Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que lleguéis a creer. Ea, vamos a verlo>>.
Ante la incomprensión de los discípulos, Jesús les aclara el sentido de sus palabras: Lázaro ha muerto. Paradójicamente, une la noticia de la muerte con una manifestación de alegría: me alegro por vosotros. Muestra así que la muerte no es definitiva, como lo había hecho ver con la metáfora del sueño; la paradoja muerte-alegría anuncia la victoria de la vida; ante esta evidencia, los discípulos llegan a creer.
Es significativo que Jn, después de haber afirmado en el episodio de Caná (2,11) que los discípulos dieron su adhesión a Jesús, insista ahora en que deben llegar a creer. De hecho, no habían alcanzado una fe plena; ésta será posible solamente después de la muerte de Jesús, cuando se haya hecho visible la plenitud de su amor al hombre y la victoria definitiva de la vida (cf. 16,30-32). La falta de fe es la que causa su temor. La resurrección de Lázaro, que anticipa la de Jesús, va a mostrarles el entero fundamento de la fe: percibirán todo el alcance del amor de Dios viendo que la vida supera la muerte.
Jesús habla de Lázaro como si estuviese vivo (Ea, vamos a verlo). No se propone ir a consolar a las hermanas, sino a encontrarse con Lázaro mismo.
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