Les replicó Jesús: <<Suprimid este santuario y en tres días lo levantaré>>.
La palabra que usa Jesús, santuario, designaba la tienda del desierto y, en el moderno templo, la capilla que simbolizaba la presencia de Dios. Jesús es el santuario; como Hijo, asegura la presencia de Dios en el mundo y, por tanto, tiene derecho a eliminar los obstáculos a ella.
Le han pedido una señal; él les da la de su muerte, que será su máximo servicio a la humanidad y la máxima manifestación de la gloria de Dios, es decir, de la presencia de su amor; la muerte hará de él el santuario único y definitivo.
Jesús los desafía a suprimir el templo que es él mismo; ellos lo matarán, pero no lograrán destruirlo; volverá a levantarlo en tres días. Movidos de su afán de lucro y de poder han quitado su validez al templo antiguo y van a intentar anular a Jesús. Matándolo, querrán eliminar la presencia de Dios. De hecho, lo condenarán por considerar que lo que hace, sus señales, constituyen un peligro para el templo (11,47s). La misma lógica que los había llevado a ahogar en éste la presencia de Dios les hace intolerable toda otra presencia suya fuera de él. Tratarán de eliminar la que brilla en Jesús. Pero Dios no es divisible; al matar a Jesús matarán para ellos toda presencia de Dios e invalidarán ellos mismos su propio templo, que perderá el derecho a llamarse tal (20,7 Lect.). El fin de los templos está ligado a la muerte de Jesús (cf. 4,21). Pero él va a rehacer la presencia de Dios que ellos suprimen. Él es quien la garantiza en el mundo, a pesar de ellos, que la destruyen por el comercio y el homicidio (cf. 8,44; 10,8.10).
La frase: en tres días lo levantaré, que alude a la resurrección de Jesús, debe compararse con la de 11,39, en la cual Marta, la hermana del difunto Lázaro, cree que la muerte es definitiva por llevar ya cuatro días en el sepulcro. El cuarto día, la descomposición del cadáver comienza a borrar sus rasgos. De ahí la creencia en la muerte definitiva a partir de ese día. Los tres días, más que una determinación temporal, significan, por tanto, una estancia transitoria, un estado que no adquiere carácter definitivo. La muerte de Jesús incluirá la continuidad de la vida.
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