Y éste fue el testimonio de Juan, cuando las autoridades judías enviaron desde Jerusalén sacerdotes y clérigos a preguntarle: <<Tú, ¿quién eres?>>
La persona de Juan se da por conocida. De hecho, ha sido presentado en el prologo como <<un hombre>> (1,6) de aquellos para quienes la vida es la luz (1,4) y se han aducido sus credenciales (enviado de parte de Dios) y el objetivo de su misión (1,6-8). La presente perícopa enlaza con aquel pasaje del prólogo por la conjunción <<y>>, explicativa, y por el término <<testimonio>> (1,7: vino para un testimonio). Va a describirse el testimonio de Juan en medio del mundo donde la tiniebla ejerce su actividad maléfica (1,5). El testimonio allí anunciado en favor de la luz (1,7.8) se identifica con el que dará en esta pericopa sobre la presencia del Mesías (1,26s; cf. 8,12: Yo soy la luz del mundo). Pero, ante todo, en correspondencia con la declaración del evangelista (1,8: no era él la luz), Juan negará rotundamente que tal título pueda atribuirse a su propia persona.
Aborda a Juan una comisión investigadora de la autoridad central. Los dirigentes judíos que tienen a sus órdenes sacerdotes y clérigos, son las autoridades supremas, en lo religioso y político, de las que depende el personal del templo; de ahí la calidad de los delegados. Los clérigos o levitas, miembros de la tribu de Leví, pero no de la familia de Aarón, y, por tanto, ineptos para recibir el grado sacerdotal, desempeñaban diversas funciones en el templo, entre ellas las de vigilantes y guardias.
La figura de Juan se muestra ahora en primer plano, dando testimonio en una ocasión precisa, al ser interrogado por una comisión oficial. Este hecho indica que la actividad de Juan provocaba las sospechas de las autoridades judías. Según se ha visto en el prólogo, su misión: dar testimonio de la luz, consistía en despertar el deseo y la esperanza de la vida, preparando la llegada del que era la vida-luz; anunciar la posibilidad de una vida plenamente humana, como alternativa al régimen de la tiniebla. El hecho de que su actividad provoque la sospecha de las autoridades coloca a éstas en la zona de las tinieblas. En lugar de apoyar la labor de Juan, hombre enviado de parte de Dios (1,6), la miran con recelo; son un círculo de poder que está en contra del testigo de la luz-vida; son, por tanto, agentes de muerte. De hecho, Juan tendrá que cambiar de lugar y acabará en la cárcel (3,23s).
El interrogatorio comienza ex abrupto, autoritariamente, sin fórmulas de cortesía: Tú, ¿quién eres? (cf. 8,25). La pregunta, sin embargo, es cauta, evitando cogerse los dedos. Ellos no atribuyen a Juan ningún papel; quieren que él mismo declare sus intenciones.
En el ambiente de mesianismo exasperado propio de la época, la figura de Juan y su testimonio resultaban inquietantes.
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