Con todo, sin embargo, precisamente de los jefes muchos le dieron su adhesión, pero por causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser excluidos de la sinagoga.
Los jefes se distinguen de los fariseos (3,1; 7,26.28) y designan a los miembros del Consejo supremo, pertenecieran o no a este grupo. Ellos habían constatado las muchas señales que Jesús realizaba (11,47); tenían así una respuesta a la petición de una señal que le habían hecho en el templo (2,18),. Muchos de ellos habían comprendido y estaban de parte de Jesús, pero, por miedo a los fariseos, no se pronunciaban. Éstos, al arrogarse el monopolio de la interpretación de la Ley, se imponen a todos (cf. 9,22). En nombre de ella podían expulsar de la sinagoga. Su ascendiente ha sido ya señalado varias veces en el evangelio (7,32. 45,,; 9,13; 11,46s).
La adhesión a Jesús comportaba la ruptura con las instituciones (8,23s.31; 10,3s). No tienen valor para dar el paso, ven la luz y la reconocen, pero se quedan en las tinieblas, temiendo las consecuencias de su decisión.
Es su gran crisis: haber llegado a ver que lo que creían verdadero era falso, pero seguir defendiéndolo por miedo al riesgo del futuro. Jn describe la hipocresía, fingir creer lo que ya no se cree, para no arrostrar las consecuencias de la verdad. Cometen la traición a sí mismos, malogran su vida, pero, además, traicionan al pueblo por apego a ella (12,25). Su adhesión pública a Jesús habría hecho posible la del pueblo, que, al fin y al cabo, se fiaba de ellos (7,26: ¿Será que los jefes se han convencido de que es éste el Mesías?; cf. 12,34). Pero, al permanecer alineados con los enemigos de Jesús, proponen como luz lo que saben ser tinieblas, desorientan al pueblo y le impiden alcanzar la liberación que Jesús le ofrece. Por eso tienen pecado, porque, sin ser ciegos, ciegan al pueblo (9,40s). Ocultan la verdad, para conservar su posición.
En la perícopa anterior, hablaba Jesús de <<el jefe del orden este>>; ahora Jn, a poca distancia, menciona <<los jefes>> del pueblo. La aproximación no es casual; éstos son la realidad de aquel símbolo. Con su conducta, que establece como valor supremo el propio interés, por encima de la verdad que ya perciben y del bien del pueblo, muestran tener por padre al Enemigo, principio inspirador del sistema de dinero y poder: como él, son embusteros proponiendo como verdad lo que saben es mentira, y asesinos, pues privan al pueblo de la vida que les ofrece Jesús (8,44) y lo llevan con ellos a la ruina (7,33s; 8,21.23).
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