sábado, 25 de marzo de 2023

Jn 13,32

 <<y Dios va a manifestar su gloria en él y va a manifestarla muy pronto>>.

Si los dos primeros miembros de la explicación de Jesús exponen el amor suyo y de Dios al hombre, que Jesús demuestra dando su vida, los dos últimos exponen el amor de Dios comunicado al hombre a través de Jesús. El fruto de la vida que ha dado será la vida que comunique a través de él, el don del Espíritu a la humanidad.

La frase de Jesús está en relación con 12,88: Padre, manifiesta la gloria de tu persona, y la respuesta del cielo: ¡Como la manifesté, volveré a manifestarla!

Si en la primera parte (13,31) ocupaba el primer término la manifestación de la gloria, en esta segunda está en primer término Dios, que manifiesta la suya a través de Jesús.

Vuelve a expresarse así el tema de todo el evangelio: la unión del amor demostrado con la del amor comunicado (1,16), representada en la cruz por la sangre y el agua que brotan del costado abierto de Jesús.

Por eso aquí se trata sucesivamente de las dos glorias, que se confunden en una. La gloria/amor de Jesús se manifiesta en dar su vida y expresar el amor de Dios al hombre; la de Dios se manifiesta en el don del Espíritu, que se hace por medio de Jesús. Éste será el amor recibido que responde a su amor demostrado (1,16).

Se ve la razón del <<ahora>> inicial. Está en correspondencia con <<la hora>> anunciada en 13,1. En otras ocasiones afirmaba Jesús: se acerca la hora, o, mejor dicho, ha llegado (lit. y es ahora) (cf. 4,23; 5,25), anticipando la de su  muerte. En la Cena, la hora está presente y en ella se manifiesta su gloria (cf. 12,23).

SÍNTESIS

Si en el lavado de los pies ha demostrado Jesús en qué consiste el amor, en este episodio muestra su total respeto por la libertad del hombre, a costa de la propia vida. Uno de sus discípulos se ha propuesto entregarlo. Jesús no lo delata delante de sus compañeros; lo pone ante su última opción, en la que va a jugarse su propia suerte. No lo hace, sin embargo, fríamente, sino ofreciéndole su amistad. Con ella le ofrece la vida y la verdad, su relación humana, ser libre e hijo de Dios. Pero no lo fuerza, le deja la posibilidad de rechazarlo y de procurar su muerte y la de él mismo. No coacciona su libertad ni siquiera para defenderse. La traición del discípulo será para Jesús la ocasión de demostrar que su amor es más fuerte que el odio mortal de sus enemigos.

La mención del discípulo a quien quería Jesús y la identificación del traidor, con la que en realidad no lo da a conocer, completan la instrucción de Jesús sobre el amor que caracteriza a su discípulo: es un amor que no juzga, que no conoce límite, que se extiende al enemigo mortal. Para el que está con Jesús, no hay enemigos que delatar.

El fruto de este amor, que da la vida libremente, será la posibilidad universal de salvación, el don del Espíritu. Éste es la comunicación de Dios mismo, que da al hombre la capacidad de amar sin límite, haciéndolo así plenamente hombre.

Jesús excluye toda violencia. Muestra que Dios no se impone ni coacciona, sino que es puro amor que se ofrece. La idea de un Dios impositivo justifica todo poder y violencia entre los hombres. El Dios de Jesús, el Padre, no justifica ninguna. Por eso no existe más juicio que el que el hombre da de sí mismo.

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