Si uno escucha mis exigencias y no las cumple, yo no doy sentencia contra él, porque no he venido para dar sentencia contra el mundo, sino para salvar al mundo.
Las exigencias de Jesús son Espíritu y son vida (6,63) y comunican vida definitiva (6,68). Por oposición a las de Moisés, son las verdaderas exigencias de Dios; la prueba es que comunican el Espíritu (3,34). Jesús las ha propuesto, pero respeta la libertad del hombre: la respuesta al amor ha de ser libre. No da sentencia, porque su misión es salvar, comunicando vida (cf. 8,15). La experiencia del amor que vivifica lo convierte en norma para el hombre; ésa es la exigencia de Jesús. Él salva dando la capacidad de amar, es decir, de desarrollar el propio ser, haciéndose semejante al Padre (1,12).
Quien no hace suya la exigencia de Jesús, él mismo se malogra, porque no se realizará nunca como hombre; frustra en sí el proyecto de Dios. Ésa es su sentencia, dictada por él mismo. Jesús es pura oferta de salvación (3,17). No existe discriminación alguna entre los hombres por parte de Dios ni predestinación a la muerte; su amor se extiende a la humanidad entera (3,16) y a todos ofrece la vida en su Hijo. La discriminación la hacen los hombres según la calidad de su respuesta.
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